Egar recoge la manguera y arruga el billete de diez bolívares que le tiende el conductor que acaba de llenar el tanque. Luego lo arroja a la caja de cartón en el suelo en la que guarda la recaudación del día de la gasolinera de Caracas en la que trabaja.
Hay un montón de bolívares. Pero el bolívar vale tan poco que el valor total de esa montaña de papel no llega ni a medio dólar al cambio.
Así que junto al dinero hay otras cosas con las que le pagan los clientes y que Egar aprecia más.
“Algunos me dan paquetes de arroz o de harina pan; esos son los buenos clientes”, cuenta.
“A veces te dan caramelos, paquetes de galletas; uno acepta lo que le den”.
Cuenta que es raro el día en el que los conductores dejan más de 2.000 bolívares, menos de medio dólar al cambio, que además habrá de repartir con sus compañeros.
En Venezuela la gasolina es casi totalmente gratis y un empleado de los que la sirven en las estaciones de la petrolera estatal venezolana, PDVSA, cobra un sueldo mínimo, unos 40.000 bolívares al mes, menos de 10 dólares al cambio.
Y por eso se ha impuesto la costumbre de agradecerles sus servicios entregándoles una pequeña cantidad de dinero…o las cosas más insospechadas.
En la caja de la gasolinera en la que trabaja Egar hay un rotulador con el que le pagaron esta mañana.
A poca distancia de allí, en la gasolinera que PDVSA tiene en una de las esquinas de la Avenida Rómulo Gallegos, los empleados almacenan los racimos de plátanos con los que algunos transportistas les han pagado la mañana de este martes.
“Ayer fue mejor porque nos dieron muchos huevos“, explica uno de ellos.
Aunque lo que más se agradece es esa élite de privilegiados que pueden deslizar un billete de un dólar, la divisa estadounidense, que tiene cada vez mayor presencia en la Venezuela de la crisis.
Lo que dejó a todos perplejos es lo que le ocurrió a uno de ellos la semana pasada, cuando un conductor pagó su combustible con un vibrador.
“Lo agarré, pero no tenía pilas”, narra el empleado entre las risas del resto.
El plan de Maduro
De acuerdo con el World Factbook de la CIA, Venezuela es el país con las mayores reservas probadas de petróleo.
Su presidente, Nicolás Maduro, anunció el pasado verano un polémico plan para comenzar a vender el carburante a precios internacionales, para lo que llamó a todos los venezolanos a inscribir sus automóviles en un censo nacional de vehículos a motor.
Maduro quería acabar con la “deformidad” de la “gasolina regalada”.
Casi un año después de aquel anuncio, el precio oficial sigue por debajo del medio centavo de dólar por litro, lo que, según la consultora Global Petrol Prices, convierte a Venezuela en el país con la gasolina barata del mundo.
“Aquí nos bañamos en petróleo”, afirma uno de los empleados de la estación de la Rómulo Gallegos, con las manos empapadas en gasolina.
Por eso le molesta que “hay algunos clientes que ni pagan”.
Antonio Marmoto explica mientras llena el depósito de su camioneta que él suele dejar 10 bolívares (unos US$0,002) en Caracas, pero cuando viaja por el Estado Anzoátegui, que recorre a menudo, no deja nada.
Es tan insignificante el precio que muchos se van sin pagar sin que tenga consecuencias.
Alexis Bozalo suele dejar 500 bolívares (menos de US$0,10) por llenar el depósito de su moto. Pese a lo escaso del monto, se jacta de que es más de lo que deja la mayoría.
“Yo lo hago porque me sale del corazón”, comenta ufano.
“La gasolina es lo único que hay barato en Venezuela”, señala.
Como venezolano conoce de primera mano el coste de la vida en un país que va camino de cumplir dos años castigado por la hiperinflación.
Pero Venezuela es el país de las paradojas.
Y pese a que el Estado prácticamente regala la gasolina y hay petróleo en abundancia, en una gran parte del país repostar se está convirtiendo casi en misión imposible.
En estados como Zulia, Bolívar o Táchira, la gente tiene a menudo que hacer cola durante días para conseguir gasolina debido a los problemas en el suministro, que, según la prensa local y muchos usuarios de redes sociales, se ha agravado en los últimos días.
La caída sostenida de la producción petrolera de Venezuela a causa de la ineficiencia en la gestión de PDVSA y el impacto de las sanciones de Estados Unidos contra el gobierno de Nicolás Maduro están llevando, según los expertos, a una situación límite.
Pese a que PDVSA difundió la semana pasada un comunicado en el que aseguraba que garantizaba el suministro en todo el territorio nacional, la experiencia en las carreteras de Venezuela dice lo contrario.
Ciudades convertidas en estacionamientos
En Maracaibo, por ejemplo, una de las ciudades más importantes del país y antaño epicentro de la industria petrolera, se han vuelto habituales las filas enormes de automóviles junto a las gasolineras.
Hace tiempo que en amplias zonas del país el contrabando de gasolina se ha convertido en la opción más rápida debido al desabastecimiento.
En el Estado Bolívar, el más grande de los que conforman la República Bolivariana, los autos viajan con bidones de gasolina sobre el capó.
Quienes los conducen saben que más allá de Puerto Ordaz será casi imposible repostar y toman sus precauciones.
En poblaciones como Tumeremo, las calles están salpicadas de tenderetes en los que buhoneros intercambian gasolina, bolívares en efectivo y oro, las mercancías más preciadas allí.
El conductor José López, que se gana la vida trasladando pasajeros desde Puerto Ordaz hasta otros lugares de Bolívar, explica que suele llevar consigo oro con elque poder conseguir efectivo para pagar el carburante en los lugares donde es más escaso y los contrabandistas lo venden más caro.
Desde San Cristóbal, en el suroeste del país, Vanessa Rubio relata su dura experiencia de los últimos días.
“Aquí conseguir gasolina se está convirtiendo en una cuestión de supervivencia del más apto. Hace falta mucho aguante para pasar cuatro días haciendo cola“.
“Yo llegué el jueves a las 8 de la mañana a una cola de aproximadamente 5 kilómetros. Un señor pasó numerando los carros y me dieron el 745”, relata.
Rubio describe un escenario apocalíptico en una ciudad que apenas tiene transporte público.
“San Cristóbal se ha convertido en un gran estacionamiento en el que la gente está dispuesta a golpearse para defender su puesto en la cola”.
Aunque también hay espacio para la solidaridad.
“Uno termina conociendo a la gente que está alrededor, se hacen favores y turnos para que puedan ir a bañarse a sus casas“, narra Rubio.
A los pacientes que resisten los días de espera, con suerte les espera una manguera de gasolina al ínfimo precio oficial.
Se paga más por uno de los primeros puestos en la fila. “Hay gente que ofrece hasta 50.000 ó 60.000 pesos colombianos”, la moneda que, dada la imparable depreciación del bolívar, se ha convertido en predominante en esta parte de Venezuela.
Son entre US$15 y US$18.
Fuente: www.bbc.com