1989 fue el año en que Colombia despertó en medio de una pesadilla.
Apenas eran mediados de enero cuando se produjo una masacre por parte de paramilitares en un pequeño municipio del departamento de Santander.
Así empezaba el año en el que el país conocería que la “guerra al Estado” declarada por el narcotráfico se traduciría en el estallido de un avión en pleno vuelo y decenas de atentados con dinamita.
En 1989, el país se estremeció por el asesinato del candidato favorito a convertirse en el siguiente presidente de Colombia.
El año en el que se mató prácticamente todos los meses a alguna autoridad judicial que intentaba plantarle cara a los carteles de la droga.
Colombia no tuvo campeón de fútbol en 1989, el torneo fue suspendido después de que un árbitro fuera asesinado por la mafia.
El año que se perdió todo el control
El director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas, de la Universidad de Los Andes de Bogotá, Hernando Zuleta sostiene que hace 30 años fue cuando quedó en evidencia que se había perdido todo el control frente a las mafias.
“Durante muchos años no se apreciaba al narcotráfico en su verdadera dimensión, pero en 1989 queda claro que las esferas de poder estaban permeadas y que el cartel de Medellín tenía tanto poder para declararle la guerra al gobierno“, señala el profesor a BBC Mundo.
El experto recuerda que el narcotráfico ya había sido capaz de asesinar a un ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984, pero que en 1989 demostró que no tenía límite alguno en cuanto a sus objetivos militares, ni en la cantidad de dinamita que usaba en sus atentados.
“Yo recuerdo que ese año, como estudiante, evacuaron la universidad por una amenaza de bomba. Mucha gente dejó de ir a sitios públicos como discotecas o bares”, relata.
Zuleta indica que la sensación general en ese entonces era que “los colombianos estaban siendo extorsionados por una organización con un gran poder”.
“Sentíamos que el cartel de Medellín tenía contra las cuerdas al gobierno y que el Estado estaba en la disyuntiva entre ceder o que sigan los atentados”, afirmó.
El profesor universitario indica que los otros picos de violencia que vivió Colombia a lo largo de su historia tenían de trasfondo una disputa política, pero que en este caso se trató de un grupo que quería seguir intocable operando desde la ilegalidad.
A lo largo de su historia, este país supo de secuestros, extorsiones y asesinatos, pero nunca del estallido de una bomba dentro de un avión en pleno vuelo.
Las violencias
María Elvira Samper, quien presentó a principios de mes un libro titulado precisamente “1989”, explica las razones de por qué es el peor año de la historia reciente de Colombia.
“Es un año en que se hacen explícitas una serie de violencias que venían gestándose de a poco y explotan en ese 1989”, explica a BBC Mundo.
Samper enumera elementos como la consolidación del paramilitarismo, el auge de la guerra de los carteles de Medellín y Cali y la aparición del “narcoterrorismo” a partir de la llegada de mercenarios extranjeros para entrenar al crimen organizado.
Los carteles de Medellín y Cali, dominantes en ese entonces, demostraron cada vez más habilidad en el uso de carrobombas a control remoto y armamento pesado como los lanzacohetes.
Sin embargo, para Samper en ese año también se llega a niveles desconocidos en el enfrentamiento entre esmeralderos y se multiplican los asesinatos selectivos de jueces y magistrados.
“Es un año crucial de eclosión de distintas violencias de manera inusitada. Había unas instituciones muy débiles y un aparato judicial muy precarizado”, concluye.
Samper explica que en 1989 una importante parte de la población de Colombia habían comenzado a vivir “atemorizada” de manera constante.
“Hoy pasó esto, mañana qué será…”, recuerda que era lo que se pensaba en ese entonces.
La periodista recuerda la conmoción nacional tras el estallido en el aire de una aeronave de Avianca, el 27 de noviembre, cuando murieron 107 personas.
“Estremeció al país porque nos preguntábamos hasta dónde son capaces de llegar. Todas las víctimas eran gente inocente“, concluye.
César Gaviria, quien después sería presidente de Colombia, fue señalado el objetivo de aquel atentado.
“El grado de intimidación era tal que cuando César Gaviria se subía a un avión la gente se bajaba. Tuvo que dejar de viajar en vuelos comerciales”, recuerda Samper.
La política y el asesinato de Galán
Otras dimensiones de la vida pública colombiana, como la política, no podían estar al margen de lo que generaba el poder del narcotráfico, explica el historiador del Instituto Caro y Cuervo, con sede en Bogotá, Felipe Arias Escobar.
“La mafia fue capaz de cooptar agentes de la política y la fuerza pública, lo que demuestra la debilidad que existía en la institucionalidad de ese entonces”, indica el investigador.
Arias añade que no se puede hablar del todo de un tensionamiento entre el campo político y la criminalidad, “porque ambos tenían un pie en el otro lado”.
El historiador indica, por ejemplo, que el asesinato de Luis Carlos Galán, el candidato favorito en las encuestas en 1989, fue perpetrado por el narcotráfico, pero además fue un operativo concertado con políticos y la fuerza pública.
El político liberal murió a tiros en medio de una concentración popular en la que promovía su candidatura y a su partido, el Nuevo Liberalismo.
Galán usó como sus banderas la recuperación de la ética en la política y el combate frontal al narcotráfico.
Arias recuerda que en 1989 también se continuó con el llamado genocidio de la Unión Patriótica, partido que surgió de una negociación con las FARC y que fue perseguido por el paramilitarismo.
Finalmente, el investigador sostiene que, pese a que todavía persisten estructuras estatales penetradas por la ilegalidad, episodios como la muerte de Galán y otros provocaron una reacción en el país que produjo ciertos cambios.
“Tuvimos hace 30 años una institucionalidad que fue capaz de reaccionar a las amenazas, a sus crisis, al exterminio de sus líderes y legándonos una Constitución (en 1991) producto del consenso, garantista e incluyente”, concluye.
Terreno fértil por la contracción económica
Mientras tanto, desde el aspecto económico, 1989 fue un año en el que Colombia tenía muy limitada inversión extranjera directa y se recuperaba de la crisis financiera de 1984 que provocó la nacionalización de la banca.
Para el economista Andrés Álvarez, los problemas económicos colombianos produjeron un terreno fértil y una sociedad frágil para que los carteles crecieran y controlaran zonas urbanas.
“La contracción económica, las dificultades que pasaba la gente, abonaron el terreno para que se desarrolle la economía del narcotráfico, que absorbió una mano de obra que no encontraba trabajo en el sector real”, indica a BBC Mundo.
Álvarez añade que las enormes cantidades de capital del narcotráfico generaron distorsiones en los mercados de bienes de lujo como los inmuebles por la enorme cantidad de compras y los precios que se pagaban.
El profesor universitario señala, sin embargo, que el ingreso de tales montos de dinero ilegal no generaron beneficios directos al país, puesto que los narcotraficantes lo utilizaban solo en ciertos rubros en Colombia.
¿Puede volver a pasar?
Los expertos consultados coinciden que “es difícil” que Colombia viva un año con tal cantidad de grandes atentados y violencia como en 1989, por las nuevas dinámicas dentro del mundo del crimen organizado.
Sin embargo, apuntan que ciertos sectores de la política siguen vinculados a circuitos delictivos y que los homicidios selectivos siguen ocurriendo, como en el caso de los cientos de líderes sociales asesinados en los últimos dos años.
Es posible que no vuelvan a surgir organizaciones narcotraficantes como los carteles de Medellín o Cali, pero la producción de cocaína está en la actualidad en niveles no vistos desde ese entonces.
1989 terminó con la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, el lugarteniente de Pablo Escobar.
“Es un punto de inflexión, porque se vio que los poderosos narcos no eran invulnerables“, apunta Samper,
Así acabó un año que, tal vez, Colombia merece olvidar, pero que no debería hacerlo.