El fútbol en Somalia es complicado.
Lo ha sido desde que se fundó la federación nacional en 1951, nueve años antes que se estableciera la República de Somalia tras la unificación de la colonias italiana e inglesa que controlaban esta región en el Cuerno de África.
La pasión por el deporte del balón alcanza niveles tan extremos que se estima que contagia entre el 85 y el 90% de la población.
Eso pese a que su selección nacional es una de las siete que se ubican en el último lugar en la más reciente clasificación de la FIFA.
Ranking que confirma el deterioro que ha habido en el fútbol de ese país desde que en 1991 fuera derrocado el gobierno de Mohamed Ali Samatar.
El fútbol en Somalia fue prohibido por el grupo islamista al Shabab.
Durante las siguientes dos décadas Somalia vivió una guerra civil donde grupos rebeldes, como el islámico local Al Shabab, controlaron gran parte del territorio, incluida la capital Mogadiscio.
Bajo su poder, el grupo vinculado a Al Qaeda prohibió el fútbol al considerarlo antiislámico o satánico y advirtió que las personas que lo practicaran o lo vieran por televisión corrían el riesgo de ser castigados con la muerte.
Jugar fútbol se tenía que hacer de forma clandestina y aquellos que desafiaban la autoridad de Al Shabab escondían los uniformes de sus equipos favoritos debajo del atuendo islámico para poder sortear los controles.
Inspiración
Fue la historia de este apasionado país por la pelota, donde no se podía jugar, la que inspiró al director estadounidense JR Biersmith a producir el documental Men in the arena (“Hombres en el estadio”), que cuenta la odisea por la que tuvieron que pasar dos futbolistas somalíes para poder realizar sus sueños, Sa’ad Hussein y Saadiq Mohammed.
“El otro día hablábamos y los dos decíamos lo sorprendido que estábamos del estado de abandono de Somalia”, le contó a la BBC Saadiq.
“Lo único que veíamos eran problemas. Naces en una guerra, económicamente el país no es estable, el deporte no está en buen estado y nada funcionaba”.
Incluso verlo era considerado “antiislámico” ya que desviaba la atención de los jóvenes por el Islam.
“La única esperanza de la gente para cambiar sus vidas era irse de allí. En Somalia y en otras partes de África la solución es irse a otra parte”, lamentó.
Saadiq, quien emigró a Estados Unidos donde juega fútbol a nivel universitario, reconoce que es un reto para ellos representar las ilusiones del país.
“Duele, porque al jugar fútbol estás con la presión de mucha gente en Somalia, de la siguiente generación, porque los niños quieren ser como tú. Quieren saber lo que hemos hecho en nuestras vidas”, explicó.
“Pero nosotros todavía estamos jóvenes y primero tenemos que saber lo que queremos hacer con nuestras vidas para poder ayudarlos. Esa es la presión, sin familia, sin amigos, lo que lo hace difícil”.
Rueda el balón
El conflicto hizo que no sólo los jugadores tuvieran que emigrar.
La selección nacional, llamada “Estrellas del Océano”, también se vio obligada a jugar sus partidos oficiales en el exilio.
Así ocurrió en octubre de 2015 cuando perdió en la primera ronda de clasificación a la Copa del Mundo de Rusia 2018 al caer contra Níger 0-2 de “local” en la capital de Etiopía, Adís Abeba, y 4-0 de visitante.
Al ser una excolonia italiana e inglesa se entiende la locura que desata el deporte del balón en Somalia.
Con la pacificación de Mogadiscio en 2011, la instauración de la República Federal de Somalia y la aprobación de una nueva constitución el fútbol está regresando poco a poco a la normalidad.
La liga se reanudó en 2013 y ahora son 10 los equipos que disputan el campeonato.
La idea es que la selección nacional, que todavía no está autorizada a jugar de local por razones de seguridad, regrese al principal estadio en Mogadiscio que una vez vibró con el aliento de más de 60.000 personas.
A partir de ahí se trata de soñar, primero con tratar de clasificarse a una Copa Africana de Naciones y luego a una Copa del Mundo.