Cuando supo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cancelará el Programa de Acción Diferida aprobado durante el gobierno de Obama y conocido como DACA en inglés, María Jiménez se estremeció.
Hace cuatro meses fue deportada y tuvo que dejar a sus cuatro hijos en Aurora, Colorado.
Brenda, la mayor, nació en México. Es “dreamer”, como se conoce a los jóvenes llegados a territorio estadounidense siendo niños y que son beneficiarios del DACA, programa que les permite trabajar y estudiar sin riesgo a ser expulsados del país.
Pero ahora, con la decisión de Trump, la situación de la joven de 20 años cambió.
Es el terror de María, que su hija deba seguir el mismo camino que ella: el de obligado regreso a México.
“Es un proceso muy difícil, lo traen a uno de cárcel en cárcel en situaciones horribles”, le dice a BBC Mundo.
“No sé qué pasará conmigo”
Prácticamente todas las personas deportadas son encadenadas de pies, manos y cintura durante los traslados, que pueden durar hasta 12 horas.
“Yo no quiero que mi hija pase por el infierno que viví, el trauma que le dan a uno allá antes de deportarlo y el trauma de llegar a nuestro país que no está preparado para recibirnos”, dijo.
El fiscal general de EE.UU., Jeff Sessions, anunció el fin del programa DACA, una acción ejecutiva que consideró “inconstitucional”.
Si María sufrió así el proceso, para su hija puede ser peor porque no es sólo deberá hacer frente a la deportación sino que también deberá acostumbrarse al lugar del que salió a los dos años de edad y nunca volvió.
La chica tiene miedo, confiesa a BBC Mundo desde Colorado, donde vive con sus hermanos menores, quienes son ciudadanos estadunidenses.
“No sé lo que va a pasar conmigo, cuál es mi plan para el futuro. No me gustaría regresar a mi país porque no tengo mucho allá, nunca he ido desde que me moví para acá”.
Como muchos otros dreamers, Brenda no conoce el país en el que nació y del que se fue cuando era pequeña.
“No conozco el área, el sistema de las escuelas, no tengo nada de dónde agarrarme si regreso al país”.
“Aquí tengo trabajo, familiares, todos mis amigos. No sé cómo estabilizarme en mi propio país si regreso”.
El peor de los mundos
La cancelación de DACA es particularmente sensible para México.
Según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), de los casi 800.000 dreamers que están en el programa, 622.000 nacieron en este país.
Los padres de muchos de ellos fueron deportados durante el gobierno del expresidente Barack Obama, que según datos oficiales expulsó a más de dos millones de indocumentados, la mayoría mexicanos.
Miles de familias están separadas en los dos países, y en muchos casos quienes permanecen en Estados Unidos son dreamers.
Eso ocurre con Eleazar Hernández Cardona, deportado en 2015 y quien se vio obligado a dejar a sus dos hijas, beneficiarias de DACA.
Eleazar Hernández no cree en las promesas del gobierno mexicano.
Con la cancelación del programa la familia está devastada: “Hablé con ellas, están muy preocupadas”, le dice Eleazar a BBC Mundo.
“Están estudiando y trabajando, una de ellas me dice: ‘Tanto dinero que invertimos para lograr esto, no sabemos qué va a pasar’”.
Las chicas llegaron a Estados Unidos con tres y cinco años de edad. Hoy, con 25 y 27, están atrapadas en el peor escenario.
No pueden quedarse en el país donde pasaron toda su vida. Y regresar a México no es opción.
“Me vine desde muy chica por las necesidades de nuestros papás de ofrecernos un mejor futuro”, cuenta Jazmín Hernández, la hija mayor de Eleazar desde Wisconsin, donde vive.
“No conozco México, nunca he trabajado allí. Me da tristeza y miedo, impotencia de que no nos escuchen”, dice a BBC Mundo.
Los dreamers, o soñadores, han estado exigiendo durante años un camino hacia la obtención de una estancia legal en Estados Unidos.
La situación de Jazmín es complicada: su pareja también es dreamer, pero sus hijos de uno y seis años de edad nacieron en Estados Unidos.
Si fueran deportados los pequeños deberían quedarse en ese país, bajo la custodia de las autoridades.
Eleazar cree que los representantes del Partido Demócrata en el Congreso pueden ayudar a personas como su familia.
Pero su percepción de las autoridades mexicanas es otra.
En su cuenta de Twitter, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que “México recibirá con brazos abiertos a los jóvenes que regresen”, y en otro mensaje aseguró: “Estamos de su lado”.
Hernández Cardona no lo cree. “Es una burla, el gobierno mexicano habla mucho pero no acciona, sólo dice cosas bonitas”.
Rechazo mexicano
Para algunos, integrarse a México es aún más difícil que la deportación.
En Wisconsin Elezar Hernández era chef pero en su país no ha encontrado empleo en su especialidad.
Además de que 800.000 personas están en riesgo de ser deportadas, la separación de familias es otro problema que trae la eliminación del programa DACA.
Muchos dreamers que en Estados Unidos eran universitarios o en sus empleos tenían puestos directivos, al ser deportados sólo encuentran espacio en empresas de ventas por teléfono.
Son los llamados Call Centers donde ser bilingües les ha permitido sobrevivir, le dice a BBC Mundio Jill Anderson, de la organización Otros Dreams en Acción.
Y otros enfrentan hostilidad. “Nos criminalizan por el hecho de ser deportados. Es difícil integrarse a una sociedad donde nos llaman vendepatrias por haber vivido tantos años en Estados Unidos”, cuenta María Jiménez.
“Si eso pasa con nosotros como padres que vivimos la mitad de la vida aquí, que será para los jóvenes que no conocen el país porque nos los llevamos muy pequeños”.
Otro infierno, responde Luis Fernando Ortíz, un dreamer quien hace dos meses fue deportado, después de vivir 12 de sus 22 años de edad en Kentucky.
“Te sacan de tu mundo y te meten a otro diferente”, dice Fernando Ortíz.
Como otros jóvenes no conoce prácticamente nada de México e incluso comunicarse ha resultado complejo.
“Se me hizo difícil acostumbrarme a esta cultura o en cosas del idioma, se me olvidan las palabras y las tengo que repetir o buscar otra en inglés”, le dice a BBC Mundo.
“Estoy acostumbrado a hablar en inglés todo el tiempo, en la escuela, con mis amigos, mi trabajo. Te sacan de tu mundo y te meten a otro completamente diferente”.
No es todo. Además de la adaptación Fernando enfrenta un problema cotidiano en el país: el miedo de vivir en México.
“No puedo caminar y sentirme seguro. En el Metro voy cuidando mis bolsas, reviso si no me robaron el teléfono. Es algo que no sentía allá pero aquí siempre está el miedo de que te asalten, en cualquier lugar”, lamenta.