Esta es una de esas historias que parecen imposibles. Dicen que un rayo nunca cae dos veces en el mismo lugar. Hasta que lo hace.
“Quiero que nuestra historia siga siendo impactante para siempre, pero me temo que ya no nos ocurrió solo a nosotros”, dice Celia Randoplh.
A simple vista, la suya es una familia “normal”: una madre, un padre, cuatro hijos, que han vivido en pequeñas ciudades aparentemente seguras de Estados Unidos.
Los hijos de Celia hablan con prudencia y precisión, como su madre. “No soy una persona sentimental”, explica Celia. “Pero ahora estoy muy furiosa y muy triste. Estados Unidos ha fallado a nuestros hijos. Lo que le ocurrió a mi hija en 2006 dejó huella en mi corazón y en el de mi esposo”.
Más tarde, en el Día de San Valentín de este año, recibió un mensaje de texto. Celia leyó estas palabras: “No estás cerca de Parkland, ¿verdad? Hubo un tiroteo”.
“Me dije a mí misma una y otra vez: ‘¡No, otra vez no!’”. Celia dejó todo lo que estaba haciendo en ese momento.: “Cuando te ocurre algo así, sales corriendo”.
Su hijo Christian es estudiante de la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida.
Celia, de 58 años, vive con su familia en Parkland, Florida, y es abogada.
La primera vez que alguien le había llamado para decirle que había un hombre armado en el colegio de su hija fue hace 12 años.
Celia y su marido Jason se encontraban a unos 80 kilómetros de su casa. “Nos apresuramos hacia donde ella estaba”.
Chelsea tenía 14 años. La familia vivía entonces en Bailey, una pequeña ciudad montañosa en Colorado, al oeste del país.
La masacre de la escuela de Columbine del 20 de abril de 1999, en la que murieron 13 personas, había ocurrido a poco menos de una hora de distancia de su hogar, pero el hermoso bosque y las montañas que pueblan la zona le dieron la impresión de que la zona era tranquila y aislada.
“No puedo proteger a mis hijos”
Cuando Chelsea cuenta su historia —de la que nunca había hablado antes públicamente— se muestra ansiosa: “Lo que les ocurrió a otras familias fue peor. No lo pasemos por alto”, recuerda.
Un joven armado tomó a seis niñas como rehenes en la escuela secundaria Platte Canyon, en Bailey, Colorado, en 2006.
Habla sobre la familia de su amiga Emily Keyes, que tenía 16 años cuando fue asesinada en el violento final de la toma de rehenes en su escuela en 2006.
Un joven armado entró en el instituto Platte Canyon con una pistola y una mochila que decía que estaba llena de explosivos, y tomó a seis chicas como rehenes en un aula. El asedió terminó cuatro horas después, cuando un equipo SWAT (Armas y Tácticas Especiales de las fuerzas de seguridad de EE.UU.) reventó la pared.
Al principio, Chelsea se escondió debajo de una mesa en el aula de enfrente, sosteniendo la mano de su mejor amiga. Cuando los policías echaron la puerta abajo, escaparon.
Vi a un amigo en una de las aulas, petrificado y pálido. Era incapaz de hablar
Chelsea Paz, testigo del tiroteo en la escuela Platte Canyon, Colorado (2006)
“Ves a un hombre con un chaleco antibalas y con una pistola irrumpiendo en tu clase y diciéndote que salgas. Y no tienes ni idea de qué ha ocurrido”, le contó a la BBC. “Mientras corríamos, en cada esquina veíamos a un SWAT armado. Vi a un amigo en una de las aulas, petrificado y pálido. Era incapaz de hablar”.
Cuando Chelsea llegó a casa con sus padres, miraron por televisión cómo se desarrollaba la tragedia. Vio los helicópteros, la policía, las armas de fuego en su escuela.
“No sabíamos quiénes eran los rehenes, pero podíamos reconstruir juntos el horario de clases y pensar en quién había estado allí”, dice.
Era difícil encontrar información precisa. Su única opción era ver la televisión para poder saber qué les había ocurrido a sus compañeros cautivos. “Vimos a chicas siendo liberadas una a una. Había una colina junto a la escuela y vimos como la subían corriendo para ponerse a salvo”.
Hace una pausa. Y continúa: “Recuerdo una imagen en la que sacaban una camilla de la escuela y la subían a un helicóptero”.
Chelsea Paz en su fiesta de 15 cumpleaños, meses después de que fuera testigo del tiroteo en su escuela.
Los disparos dejaron a Celia espantada: “Era muy, muy difícil. Solamente piensas: ‘No puedo proteger a mis hijos’. Es horrible”.
“Se llevaron por delante la sensación de seguridad que esperaba que tuvieran mis hijos. Un desconocido se había adentrado en nuestro mundo y hecho algo terrible, ¿cómo podía mantener a mi familia a salvo?”.
“Educamos a nuestros hijos enseñándoles a tener más miedo al daño que les podían ocasionar otros animales que al de otras personas”, asegura.
Se consoló con la idea de que no sentía que fuera un ataque dirigido expresamente contra esa escuela: “Todos consideramos que fue un acto de violencia aleatorio, y no un ‘tiroteo en una escuela’”.
Pero su tristeza le hizo sentirse culpable. “Pensaba en que podía abrazar a Chelsea, ¿por qué me sentía enojada?”
Dice que ocuparse de una hija traumatizada tuvo sus repercusiones, pero que ella y su marido lograron dar a sus hijos una vida estable. “Tenemos buenas relaciones con la familia y les amamos. No creo que eso cambiara nuestra vida familiar de forma permanente”.
De vuelta a Florida
Chelsea terminó el año escolar en 2007 y la familia se mudó de Colorado y retornó a sus raíces en Florida.
La vida familiar fue transcurriendo y aunque Celia nunca sintió que pasaran página, dice que “fueron muy bendecidos”.
Pero 12 años después, las leyes sobre armas apenas han cambiado en Estados Unidos. Se calcula que hubo unos 57 tiroteos masivos entre 2006 y 2018. Aun así, Celia encontraba inimaginable que pudiera ocurrirle de nuevo a otro de sus hijos.
Christian Paz, de 16 años, estudia en la escuela secundaria de Parkland, en Florida, donde un joven armado mató a 17 alumnos en el Día de los Enamorados.
La segunda vez que alguien la llamó para contarle que había un hombre armado en la escuela de su hijo fue hace dos semanas.
Christian, de 16 años, es un chico tranquilo e inteligente. Celia y Jason eligieron la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, por su reputación académica.
Cuando ocurrió el ataque, estaba en una clase culinaria. Entonces él y sus compañeros de clase oyeron disparos. Su profesora, Ashley Kurth, los metió dentro de un armario.
“Al principio no nos lo tomamos muy en serio, pero después nos quedamos en silencio. Me resigné a no decir nada. No podía expresar emociones porque teníamos que estar en silencio. La gente se puso a escribir a sus padres, pero yo no pude. Había olvidado mi cargador”.
Al recibir las noticias, Celia corrió hacia su auto y llegó hasta lo más cerca que pudo de la escuela. “No podía recibir ninguna información. Le estaba escribiendo y no respondía. Eso me mato. Lo único que pensaba era: ‘¿Está mi hijo vivo? ¿Está asustado? ¿Está herido?’”.
Lo único que pensaba era: ‘¿Está mi hijo vivo? ¿Está asustado? ¿Está herido?’
Celia Randolph
El acceso a los padres estaba bloqueado mientras la policía buscaba al atacante.
La profesora de Christian dejó entrar en su aula a más niños que se habían quedado atrapados e el corredor. Escucharon las novedades que iba dando la policía a través de un walkie-talkie.
Les dijo a los adolescentes que si el atacante les encontraba, estarían en la cocina rodeados de enormes cuchillos.
Al igual que su hermana, Christian recuerda cómo irrumpieron los SWAT: “Gritaron: ‘¡Manos arriba, al suelo! No estaban seguros de si uno de nosotros era el atacante”.
Al salir, Christian vio sangre en las escaleras. “Corrimos hacia la calle. Había helicópteros, policías y militares por todas partes. Pudimos ver a nuestros padres. Primero me sentí feliz de estar fuera, pero después me puse cada vez más triste”.
La escuela Marjory Stoneman Douglas fue inmediatamente evacuada.
“Celia me dijo que ella al principio también se quedó bloqueada. Dice que se derrumbó, mejoró y cuatro años después volvió a quebrarse. Ella ya sabe lo que me ocurrirá a mí”, dice Christian.
Celia asimiló que no solo uno, sino dos de sus hijos, habían sobrevivido a tiroteos masivos en sus escuelas.
“Los padres y niños heridos vivirán con ese trauma durante mucho tiempo. Me entristece saber que sé lo que va a ocurrir después”.
“Me cuesta asumir la idea de que dos de mis hijos esquivaron las balas. Me pone triste saber que mi hija pasó por eso y ahora tiene que consolar a su hermano pequeño”.
También ve a la comunidad intentar recuperarse de la tragedia.
“Hay costos que no pueden imaginarse en este momento. Padres que no pueden trabajar por las visitas al hospital o porque tienen que cuidar a niños traumatizados. Puede tomar años. No todos podrán salir de esto”.
Después de los acontecimientos en Colorado, Chelsea, la hermana de Christian, fue a la universidad y estudio ingeniería informática.
Esta es la primera vez que Celia habla públicamente sobre su experiencia.
La familia encontró intrusivo y traumático el torbellino mediático que hubo en ambos tiroteos, pero ahora quiere contarlo para abogar por el fin de los ataques en escuelas.
“No estamos en contra de las armas, pero sí de que sean tan accesibles. No debemos fallar a nuestros hijos”, dice la mujer.
“La gente no se puede creer que nuestra familia haya pasado por dos tiroteos. Pero yo no estoy tan segura de que no haya más como nosotros”.
Celia quiere que el tema se aleje de los debates sobre salud mental y sobre dar armas a los profesores. “Hasta que no haya una alternativa política con fondos que no provengan de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), no habrá cambios”.
Pero cree que esta vez hay algo diferente.
“Esos chicos tienen acceso a las redes sociales y son muy elocuentes, pero también privilegiados. Ahora deben ir a la escuela y ser niños. Es nuestro deber como adultos, si no es demasiado tarde”.
Este miércoles, Christian regresó por primera vez al aula en donde permaneció escondido del atacante.
“Sé que aún no le ha sacudido la realidad de lo que pasó en la escuela, por eso me entristece mi experiencia. Pero también hace que Jason y yo podamos comprenderlo mejor cuando eso ocurra”, explica Celia.