En el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia presentamos cuatro historias de científicas que trabajan en Latinoamérica y que conforman parte del apenas 28 % de mujeres que conforman la lista mundial de científicos.
Esta fecha fue instituida en 2016 por la Organización de Naciones Unidas (ONU) con el objetivo de » lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas, y además para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas», según explica el organismo en su sitio web.
«Los prejuicios y los estereotipos de género que se arrastran desde hace mucho tiempo continúan manteniendo a las niñas y mujeres alejadas de los sectores relacionados con la ciencia. El mundo dibujado en la pantalla no dista mucho del mundo real. Un estudio realizado en 2015 por el Instituto Geena Davis, titulado ‘Gender Bias Without Borders’ (Prejuicios de género sin fronteras), muestra que la representación en las grandes pantallas de mujeres que trabajan en el campo de las ciencias se limita solo a un doce por ciento», alerta la ONU.
Por eso, conocer quiénes son las mujeres que están en el campo de la ciencia y qué importante labor cumplen, ayuda a valorar el papel de la mujer en la ciencia, a reducir la brecha de género, y a motivar a las niñas que desean ser científicas.
«Del total de los premios Nobel entregados, solo un 3 % ha sido recibido por mujeres y del universo de personas que cursan estudios de doctorado, solo un 25 % corresponde a mujeres», alerta Mongabay.
Este portal cita a la fundación L’Oreal, que trabaja junto a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en la iniciativa For Women in Science (Por mujeres en la ciencia), cuando señala que «la primera brecha de género comienza en la escuela primaria y va creciendo a medida que adquieren mayores conocimientos».
Cuatro historias de mujeres científicas en Latinoamérica
En el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, Mongabay Latam resalta el trabajo de cuatro científicas latinoamericanas:
Gisella Orjeda, bióloga peruana, experta en mejoramiento genético y reconocida por decodificar el genoma de la papa
Cristina Dorador, bióloga chilena, dedicada a estudiar las comunidades microbianas en los salares del Altiplano en los Andes
María Claudia Segovia, bióloga ecuatoriana, experta en botánica y especialista en los bosques altoandinos del Ecuador, y
Melania Guerra, oceanógrafa costarricense, destacada por sus investigaciones en el Ártico y por acompañar hoy a la delegación de su país en las negociaciones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP)
Melania Guerra en el Ártico (Cortesía)
El amor de las mujeres por la ciencia
Algunas de ellas sintieron el llamado de la ciencia desde muy pequeñas. Gisella Orjeda confiesa que aprendió a leer a los tres años y atesora esos días en los que sus padres le regalaban libros, juegos de química o algo tan poco usual como un microscopio.
En diciembre del 2016, Gisella Orjeda recibió la medalla nacional Encinas, otorgada a las personas que han dedicado su vida a la generación de conocimiento y la cultura (Cortesía)
Algo parecido ocurrió con Melania Guerra. Ella recuerda que a los cinco años de edad comenzó a sentirse atraída por el emocionante trabajo de los astronautas o por las aventuras de amantes de la naturaleza como Jacques Cousteau. Aunque no sabía que la ciencia era el eje transversal, fue desde entonces que supo que quería perseguir una vida extraordinaria.
Hoy, Orjeda conserva esa misma curiosidad por aprender nuevas cosas, “me gusta el instante en que descubres y comprendes”. Eso no lo cambia por nada. Al mismo tiempo, lo que más valora de su trabajo es el poder que tiene la ciencia para impactar en la vida de la gente. “Si añades el trabajo en el sector público, ese impacto se maximiza”, asegura.
Cristina Dorador destaca la suerte que tiene de vivir una “época fantástica en lo que respecta el descubrimiento de la diversidad microbiana del planeta”. Sostiene que los avances en este tema han llevado “a replantearse aspectos prácticos y teóricos de distintas disciplinas, incluyendo la salud humana con el reconocimiento del microbioma humano”.
Cristina Dorador: «No competimos entre nosotras, disfrutamos la ciencia, somos amigas, nos apoyamos y creamos juntas» (Cortesía)
Todas ellas se sienten afortunadas por trabajar en lo que las apasiona. A Claudia Segovia le parece “simplemente alucinante” la posibilidad de estar en contacto con la naturaleza, aprender de ella en un laboratorio y que por eso le paguen. “Me maravilla reconocer que nos falta mucho por aprender. Cada día me apasiona el ver las complejas interacciones y adaptaciones de las plantas a las severas condiciones de los páramos”.
Claudia Segovia lleva varios años liderando la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (Remci) para apoyar a las mujeres dedicadas a la ciencia en el país y destacar su trabajo (Cortesía)
Guerra no se cansa de enfrentar cada día el reto de trabajar en un ambiente tan extremo como el del Ártico. “Hay que pensar literalmente en qué es lo siguiente que me va a querer matar, desde frío hasta el ataque de un oso polar, y cómo puedo hacer que eso no pase”.
Melania Guerra: «La manera en la que hacemos nosotras ciencia es pensando en otro» (Cortesía)
Una vida llena de anécdotas en la ciencia
Hay una aventura que Segovia siempre recuerda. Fue durante una clase de técnicas de campo en el Cuyabeno. Iba de regreso con sus compañeros cuando en medio del camino se percató de que todas las fundas de plantas que llevaban estaban cubiertas de garrapatas.
La colonización está reduciendo área de la reserva Cuyabeno en Sucumbíos
“Nuestras botas, en lugar de color negro, eran cafés por las miles de garrapatas que las cubrían. Corrimos desesperados a la laguna mientras nos sacábamos las botas para que no nos cubrieran las garrapatas”, cuenta.
Guerra también tiene recuerdos que aún la hacen emocionarse. En Baja California, mientras estudiaba a las ballenas Jorobadas, un día iba de regreso en la lancha junto a otros científicos cuando de pronto vieron a unos delfines que nadaban muy rápido. Se percataron de que un grupo de ballenas orcas los perseguían y entonces decidieron parar para presenciar la escena.
Cristina Dorador estudia desde hace más de 15 años las comunidades microbianas de ambientes acuáticos de altura, como los salares del Altiplano en los Andes (Cortesía)
“Varias de las orcas comenzaron a intentar separar a uno de los delfines para atacarlo. Creemos que las orcas estaban enseñándole a las crías a cazar, porque básicamente estaban practicando con él. Lo lanzaban por el aire y se lo pasaban las unas a las otras como jugando béisbol”, cuenta Guerra.
Más tarde escucharon a lo lejos unos soplos muy fuertes. “Eran varias ballenas jorobadas que aunque no tenían ninguna vela en ese entierro decidieron interponerse al ataque de las orcas hacia los delfines”, recuerda la científica. La capacidad de un animal de ser empático y entender la sensación de otra especie todavía es algo que la conmueve.
Dorador recuerda con pesar el día en que llegó a estudiar el Bofedal de Caya. “Ya no tenía agua por extracción para la minería”, dice y asegura que eso les ha pasado muchas veces. “Estamos llegando tarde. Cada vez hay más tuberías, caminos, conflictos con las comunidades indígenas. El Altiplano ha sido intervenido mucho en los últimos años y no se ha avanzado en conservación”.
Orjeda por su parte lo que más atesora es que la ciencia le haya permitido conocer el mundo. “He viajado a muchos lugares y siempre he encontrado a colegas que me han acogido. Los científicos son muy abiertos. Cuando te reciben tus colegas, te das cuenta que sin importar el idioma hablamos el mismo lenguaje y nos hacemos las mismas preguntas”.
De todos los lugares en los que Melania Guerra ha estado realizando investigaciones, el Ártico es que el que más la ha conmovido (foto: Roxanne Desgagnes – Unsplash)
Ciencia hecha por mujeres
“Históricamente la ciencia ha sido realizada sobre todo por hombres”, dice Dorador, por lo que considera que “es difícil aproximarse a una idea de que la ciencia realizada por mujeres será diferente a la de los hombres, porque ya nuestra formación inicial tuvo ese sesgo”.
Aún así, asegura que “debe existir una deconstrucción del pensamiento en estos territorios, tratar de ‘descolonizar’ ideas fijas preconcebidas”, puesto que todo se puede pensar de manera diferente. “Quizá esa es nuestra mejor contribución como científicas en este momento”.
Para Segovia es importante considerar la mirada de las mujeres, pues analizan las cosas y los hechos desde una perspectiva muy particular: “Una más incluyente, más holística, incluso más detallista. Muchas mujeres nos encontramos en áreas científicas donde la paciencia, el detalle y la meticulosidad son importantes”.
Trabajo de campo de Claudia Segovia en los bosques ecuatorianos (Cortesía)
Dorador es parte de un grupo de investigación que está formado por mujeres de distintas disciplinas y se siente afortunada de pertenecer a él. “No competimos entre nosotras, disfrutamos la ciencia, somos amigas, nos apoyamos y creamos juntas”, cuenta.
La experiencia de Dorador tiene eco en la manera en que Guerra considera que hacen ciencia las mujeres: “No tanto desde el ego, sino pensando en el otro”. Para la oceanógrafa costarricense, el rol que se le ha adjudicado a las mujeres de ser ellas las que cuidan y protegen a los hijos o a los mayores de la familia, las ha llevado a tener una mayor conciencia social. “Por eso se dice que cuando se educa a una mujer, se educa a toda su comunidad, porque tendemos a compartir el conocimiento que generamos”, dice Guerra.
¿Para qué hacer ciencia?
Para Orjeda, la ciencia es la actividad humana más satisfactoria. “A pesar que requiere esfuerzo, aislamiento, mucho sacrificio en lo que respecta a la vida social, el placer de conocer cómo funcionan las cosas es enorme”, asegura.
Guerra comenzó a hacer ciencia para buscar experiencias, para tener la mayor cantidad de aventuras posible y enfrentarse a las cosas que más le asustaban. Hoy, si bien esos propósitos siguen presentes, también hace ciencia para que las autoridades de su país puedan tomar decisiones basadas en evidencia. “Mientras mejor información tengamos, más vamos a poder guiar al planeta hacia un futuro en el cual los beneficios de la mayoría estén protegidos”.
Dorador coincide con Guerra en el rol que tiene la ciencia y, de hecho, ese fue el motivo por el que decidió volver a Chile: conservar los humedales altoandinos o salares a través de la generación de información. Sin embargo confiesa que ha sido mucho más difícil de lo que pensaba. “Los intereses económicos son enormes y por más conocimiento que haya nunca es suficiente para detener esta verdadera ola de destrucción. El extractivismo nos está anulando como sociedad. Nos deja perplejos, con la mirada fija hacia el horizonte donde nuestros cerros, lagos y ríos desaparecen”.
Todos los proyectos en los que trabaja Segovia o los que apoya, se centran directa o indirectamente en procesos de conservación y manejo de recursos. El propósito de esta científica ecuatoriana “es entender los bosques de Polylepis y a los ecosistemas alto andinos y de esa manera poder manejarlos y protegerlos”.
Dorador no se da por vencida. Sabe que en los ecosistemas de salares amenazados viven microorganismos que “pueden dar respuestas claras sobre la adaptación al cambio climático y a escenarios desafiantes del futuro. Por eso persistimos en la investigación”.
El mayor logro de ellas en la ciencia
Para Orjeda, su mayor logro científico ha sido la decodificación del genoma de la papa y la identificación de los más de 408 genes de resistencia a plagas y enfermedades que esta tiene. “Lamentablemente, el país no estaba listo para aprovechar esos conocimientos e incorporarlos en los programas de mejoramiento de la papa de una manera sistemática”, dice la científica, aunque no pierde las esperanzas de que el INIA pueda ahora aprovechar el conocimiento generado.
En el caso de Segovia, uno de sus los logros más importantes ha sido definir el número cromosómico de las especies ecuatorianas de los árboles de papel. “Descubrimos la existencia de citotipos, que son poblaciones con diferente número cromosómico, lo que apoya la hipótesis de múltiples introducciones de especies de Polylepis al Ecuador”.
Dorador destaca entre sus logros el encontrar en distintos lagos y salares del Altiplano una alta diversidad microbiana. “Esos ambientes casi no habían sido explorados. La idea predominante en esa época era que en ambientes extremos hay una diversidad baja de microorganismos, pero no era así”. De hecho, unos años después, “pudimos comprobar que la diversidad microbiana de salares era aún mayor que la reportada”.
Para Guerra en cambio, su mayor éxito profesional no ha sido un descubrimiento o un artículo científico. “El logro más importante ha sido encontrar el espacio donde calzan perfecto mis habilidades, mis conocimientos, mis intereses y mis fortalezas”.
Guerra se refiere al rol que actualmente tiene en la COP, acompañando a la delegación costarricense en la toma de decisiones. “Me siento dichosa de haber podido encontrar justamente el epicentro donde los temas que son tan urgentes a nivel mundial, y que al mismo tiempo me resultan interesantes, se encuentran con las experiencias y el conocimiento que he podido desarrollar”. (I)
Fuente: www.eluniverso.com