El “hombre de tres caras” que durante dos meses vivió sin rostro en un hospital

El “hombre de las tres caras”.

Así es como la prensa francesa llama a Jérôme Hamon, el primer paciente en el mundo que recibió dos trasplantes de rostro y que, ahora, tres meses después de su última operación, dice sentirse bien y feliz con su nuevo rostro.

La cirugía —que se prolongó por 16 horas— fue llevada a cabo en el Hospital George Pompidou de Paris, por Laurent Lantieri, el mismo profesor de cirugía plástica que realizó la primera intervención en 2010.

El procedimiento, señaló el equipo del centro médico parisino, demuestra que “en el campo de los injertos vascularizados compuestos (cara y mano) es posible un retrasplante en caso de rechazo crónico”.

Por culpa de un resfrío
Hamon recibió su primer trasplante del rostro de un donante de 60 años en 2010, debido a que el suyo había quedado desfigurado por causa de una neurofibromatosis tipo 1.

Es una enfermedad genética que provoca tumores severos y otras complicaciones relacionadas.

La operación fue ejecutada por Laurent Lantieri, el mismo especialista que lo operó en 2010.
La operación fue un éxito, pero, en 2015, su rostro comenzó a deteriorarse después de que tomara antibióticos para curar un resfriado.

Los fármacos que le suministraron resultaron incompatibles con el tratamiento inmunodepresor que estaba siguiendo para evitar que su organismo rechazase la cara ajena.

Los primeros signos del rechazo aparecieron en 2016 y, en noviembre de 2017, los médicos debieron retirar el rostro ya que había empezado a mostrar indicios de necrosis.

Más joven que antes
Tras esta intervención quirúrgica, Hamon permaneció internado en una habitación del hospital sin rostro por dos meses, sin poder ver, hablar, escuchar o comer.

Hasta que en enero de este año encontraron otro donante —esta vez, un joven de 22 años fallecido a cientos de kilómetros de París — y pudieron someterlo a una segunda operación.

La operación tuvo lugar en enero y se prolongó por 16 horas.
“Tengo 43. El donante tiene 22, así que me he vuelto 20 años más joven”, bromeó Hamon ante la prensa.

Para evitar que rechazara a este tejido extraño, los médicos reemplazaron toda la sangre de su cuerpo en un procedimiento que tomó un mes.

Por el momento, el rostro de Hamon se mantiene terso y sin capacidad de movimiento.

“Tengo 43. El donante tiene 22, así que me he vuelto 20 años más joven”

Jérôme Hamon, paciente
Se espera que su cráneo y sus rasgos se vayan alineando de forma gradual y que de aquí a unos meses pueda gesticular con su rostro.

El primer trasplante de cara fue llevado a cabo en 2005 en el norte de Francia.

La paciente era una mujer que había sufrido graves daños en la nariz, los labios, el mentón y los pómulos al ser atacada por un perro.

Desde entonces, se han hecho alrededor de 40 trasplantes de rostro en el mundo.

La inspiradora historia de una niña que perdió una pierna a los 2 años y cumplió su sueño de convertirse en bailarina

Cuando Pollyanna Hope tenía dos años perdió una pierna en un accidente de autobús. La niña, que ahora tiene 13 años, adora el ballet y gracias a una campaña que comenzó su madre para que los niños con amputaciones puedan tener prótesis especiales, Pollyanna está cumpliendo su sueño de convertirse en bailarina.

“En 2007, cuando Pollyanna tenía dos años, mi madre, Elizabeth, vino a quedarse unos días con nosotros en nuestra casa, en Londres”, le cuenta Sarah Hope, la madre de Pollyanna, a la BBC.

“Un día íbamos a ir a visitar a mi hermana gemela, Victoria, al hospital donde acababa de tener su primer bebé”.

“Desgraciadamente, cuando caminábamos por el pavimento un autobús se subió a toda velocidad y nos atropelló a las tres”.

El chofer del autobús, después se supo, estaba involucrado en una riña de tránsito y en lugar de girar a la derecha, hacia el depósito de autobuses, se subió al pavimento.

“Mi madre murió instantáneamente”, cuenta Sarah. “Yo quedé atrapada debajo del autobús y Pollyanna perdió la pierna”.

El accidente en 2007 cambió para siempre la vida de la familia Hope.
Sarah sufrió una lesión conocida como avulsión severa de la pierna, que le dejaría cicatrices de por vida.

En el choque, Pollyanna fue alcanzada por el autobús y a pesar de que los cirujanos trataron de salvarle la pierna, tuvieron que amputársela.

“Ha sido muy duro”, cuenta Sarah.

“(Pollyanna) se ha adaptado muy bien, porque tiene una personalidad increíblemente fuerte, pero la vida para un niño con una amputación puede ser extremadamente dura”.

“Ha tenido que ser sometida a numerosas operaciones y en promedio ha tenido unas dos prótesis por año”.

“Ella es una bailarina. Creo que porquesiente una enorme libertad cuando baila”.

“Y en 2012, cuando fueron las Olimpiadas de Londres, recuerdo que fue maravilloso ver a los fantásticos atletas paralímpicos con sus extraordinarias prótesis deportivas”.

“Yo nunca antes había visto esas prótesis para correr y entonces yo y toda la familia pensamos que sería fantástico que Pollyanna tuviera una de esas prótesis”, explica Sarah.

Sarah comenzó a hacer campaña para que el Servicio Nacional de Salud británica ofreciera a los niños con amputaciones prótesis deportivas especiales.
Desde el accidente que cambió sus vidas, Sarah se había estado dedicando a hacer campaña para ayudar a los niños amputados tanto en Reino Unido como alrededor del mundo.

Para ello fundó la organización Elizabeth’s Legacy of Hope (El Legado de Esperanza de Elizabeth) en honor a su madre.

Pero cuando Sarah fue al Servicio Nacional de Salud para ver la posibilidad de que su hija tuviera una prótesis deportiva con la que pudiera practicar ballet, le dijeron: “No. Esas prótesis son muy costosas”.

Las prótesis que los servicios de salud ofrecían a los niños entonces eran solamente para caminar y no para hacer deportes u otras actividades especiales.

Sarah tuvo que reunir US$7.000 para poder comprar la prótesis para Pollyanna y decidió hacer campaña para que los Servicios de Salud británicos ofrecieran estas prótesis especiales de forma gratuita a los niños en este país.

“Le escribí al ministro del Tesoro de esa época, George Osborne, porque pensé que él era el hombre que podría dar el dinero”.

Pollyanna puede ahora practicar ballet y otros deportes gracias a las próstesis especiales para niños con amputaciones.
Y gracias a la presión y las campañas, Sarah logró que el gobierno británico otorgara unos US$2 millones adicionales para prótesis deportivas para niños amputados.

El Ministerio de Salud británico anunció en 2016 que ese fondo ayudaría a que 500 niños con amputaciones pudieran correr, nadar y practicar otros deportes con las prótesis especiales deportivas.

Para Pollyanna eso significó cumplir su sueño de practicar ballet.

Sarah también está ayudando en las campañas contra las riñas de tránsito y filmó con el Departamento de Transporte de Londres un video sobre su accidente para mostrar los riesgos que pueden tener las peleas entre los conductores.

El chofer del autobús involucrado en el accidente de la familia Hope fue sentenciado a cuatro en prisión por causar una muerte por conducir de forma peligrosa y lesiones corporales graves.

Durante el juicio el chofer declaró que su ira se debió a su frustración porque alguien no le permitió entrar al depósito de autobuses.

“Pensé que me estaba volviendo loca, pero estaba perdiendo la vista”

A Kirsty James a los 13 años le dijeron que se quedaría ciega. Cada mañana se preguntaba si sería la última vez que se vería en el espejo.

Eso fue hace 15 años. Y mientras intentaba aceptar su diagnóstico, comenzó a ver visiones.

Temió que no solo estuviera perdiendo la vista, sino que también estuviera perdiendo la cabeza.

Estaba en la escuela. Veía el pizarrón con dificultad, pero no se animaba a admitirlo. No habló del deterioro de la vista con nadie y nadie sospechó, hasta que un día pasó junto a su madre en la calle y no la reconoció.

Pese a ir reiteradamente al oculista, no encontraban nada malo. Le decían que fingía no poder ver porque quería usar lentes.

Cuando finalmente fue aceptaba en un hospital, se le diagnosticó un síndrome ocular degenerativo llamado enfermedad de Stargardt, muy difícil de detectar en su etapa inicial, y se le dijo que se quedaría completamente ciega.

“Solo recuerdo una sensación de vacío”, le dice a la BBC, “realmente no sabía lo que venía, era aterrador y simplemente no quería aceptarlo”.

Kirsty fue a la universidad y aunque algunos de sus tutores sabían, rechazó cualquier apoyo adicional, algo que ahora reconoce que tuvo un efecto negativo en su educación, y trató de ocultarlo a los demás estudiantes y sus amigos.

Había un lugar donde Kirsty se sentía normal. En las fiestas. En una discoteca en 2011 conoció a Tom. Se enamoraron y con el tiempo se casaron.

Pero cuando Kirsty se fue a vivir sola, las cosas empeoraron.

Veía coches fuera de su casa, en una calle demasiado estrecha como para que pasen los autos. Veía una pierna de cordero donde había dejado su chaqueta.

“Pensaba: ‘Dios, ¿me estoy volviendo loca o están allí?’ y tenía ataques de pánico. Pensé que estaba desarrollando serios problemas de salud mental y no quería hablar de eso. Solo estaba tratando de ignorarlo”.

Kirsty y Tom con amigos en el festival de Nozstock en 2016.
Estas visiones, combinadas con el deterioro de la vista, hacían que temiera cada vez más salir.

Confundía autobuses con camiones, temía caerse con escalones que no existían y se paralizaba cuando el piso se convertía en un río.

Una mañana se despertó y su vista había empeorado: “De repente, ni siquiera podía salir de la casa, me sentía tan aislada”.

Sus niveles de ansiedad aumentaron. “Sudaba y temblaba todo el tiempo. No quería ver a nadie, ni siquiera podía ver a mi familia. Me encerré sola unos ocho meses”.

Incluso le preguntó a Tom si quería terminar la relación. Tom le aseguró que no quería irse. De hecho quería casarse con ella. Renunció a su trabajo y se convirtió en su cuidador, ayudándola a volver a aprender cómo hacer las tareas cotidianas.

Empezó a tomar antidepresivos, algo que siempre había insistido en que no necesitaba, y comenzó a hablar sobre su pérdida de visión y a aceptar apoyo. Pero no le contó a nadie sobre las visiones.

Kirsty y Tom se casaron en 2015.
En una cita de rutina con un especialista en baja visión le preguntaron si había oído hablar del síndrome de Charles Bonnet, que afecta a las personas que están perdiendo la vista y hace que el cerebro reemplace las imágenes con alucinaciones porque intenta dar sentido a lo que está viendo.

“Simplemente lloré y dije: ‘¿Entonces no me estoy volviendo loca?’. Recuerdo haber sentido un gran alivio porque no tenía un problema de salud mental, era una afección ocular”.

Síndrome de Charles Bonnet
Afecta a las personas que han perdido la mayor parte o la totalidad de su vista y es más probable que ocurra si la pérdida de la visión afecta a ambos ojos.
Se cree que hay más de 100.000 personas en Reino Unido con el síndrome.
Personas de cualquier edad pueden verse afectadas y a menudo las alucinaciones comienzan cuando la vista de una persona se deteriora repentinamente.
Cuando una persona comienza a perder la vista, su cerebro no recibe tanta información como solía hacerlo y el cerebro a veces responde rellenando los huecos con patrones de fantasía o imágenes que se almacenan: estas imágenes almacenadas son experimentadas como alucinaciones.
Actualmente no hay cura.
Aunque Kirsty ahora sabe que las alucinaciones no tienen nada que ver con su salud mental, siguen afectando su vida. Pero saber que tiene esta enfermedad significa que ha sido capaz de desarrollar estrategias para lidiar con ellas.

Se sumó como becaria del Royal National Institute of Blind People y se dedica a visitar personas en sus hogares para ayudarlos a usar herramientas en internet y hablarles sobre su pérdida de visión y del síndrome.

“Muchas personas mayores piensan que tienen demencia, algunas ni siquiera pueden comer porque creen ver gusanos en su comida, pero están alucinando, otros no salen de su casa durante años”.

Su oftalmólogo le dijo el año pasado que después de tres años de monitoreo sin cambios confía en que su pérdida de visión se ha estabilizado y no debería empeorar.

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Tom y Kirsty fueron al festival de Glastonbury en 2017 como embajadores del Royal National Institute of Blind People.
“Solo puedo ver fragmentos a través de los lados de mi visión periférica y aunque puedo ver las formas de las cosas, no veo ningún detalle y lucho con algunos colores”, cuenta.

Pero está agradecida por la vista que le queda y de que aún pueda ver las formas de las montañas donde vive en Caerphilly, en Gales.

“Durante tantos años me despertaba todos los días preguntándome si iba a quedar ciega. Ahora ya no tengo miedo”.

Por qué vamos perdiendo el sentido del tacto con el paso de los años y qué hacer para protegerlo

Cuando se trata de nuestros sentidos, el tacto es tan importante como el oído o la vista.

No sólo asegura que seamos capaces de juzgar las temperaturas y sentir dolor. También nos ayuda a mantenernos erguidos al sentir el suelo debajo de nuestros pies.

Y nos permite establecer conexiones emocionales con otras personas.

Por eso perder el sentido del tacto puede tener un gran impacto, como bien sabe Yvette Wong, de Liverpool, en Reino Unido.

“Con mis pies, simplemente no puedo sentir nada. Si los meto en agua caliente, no me doy cuenta. Cuando saco el pie, está rojo brillante, pero no me quema”, le cuenta a la BBC.

El acto de tomar un baño es potencialmente peligroso para alguien como Wong.

Pero hay un problema aún mayor, uno que ya la ha afectado.

“Me caigo. Me ha pasado en la calle”.

A menudo las caídas son consecuencia del deterioro del sentido del tacto.
Cada año, solo en Inglaterra, alrededor de 250.000 mayores de 65 años terminan en los servicios de emergencias de los hospitales después de una caída, y un sentido del tacto deteriorado es una de las principales razones.

A Yvette Wong, solo salir a dar un breve paseo en su propia calle, sobre un pavimento que conoce, la desequilibra.

“Me siento inestable. Si no me concentro, me voy para cualquier lado”.

El mal que afecta a Wong se llama neuropatía periférica y se estima lo padecen una de cada diez personas mayores de 55 años.

Las causas son muchas y variadas, pero definitivamente aumentan a medida que envejecemos.

Ese sentido que da sensación

Con el tacto, a menudo, el placer es mutuo.
“Hay nervios en la piel que no solo responden a un estímulo mecánico que llamamos tacto. Los hay que responden a la temperatura, el dolor o el picazón”. Hay un nervio táctil recientemente descubierto que responde al tacto suave”, explica Francis McGlone, de la Universidad John Moores en Liverpool, uno de los principales expertos sobre el sentido del tacto.

“En general, probablemente haya 20 tipos diferentes de receptores en la piel que le informan a tu cerebro sobre los eventos en tu cuerpo”.

¿Qué sucede en estos receptores a medida que envejecemos?

“Los receptores táctiles dependen de la piel en la que están. A medida que la piel envejece, puede haber algunas diferencias sutiles en la forma en que estos receptores táctiles pueden codificar el contacto en la superficie del cuerpo”.

“Pero creo que el receptor táctil más importante está en las articulaciones y los músculos, que se ven afectados con la edad, y por eso las personas mayores se caen más a menudo”.

Nos vamos volviendo frágiles.
¿Cómo estás tú?
Entonces, esa fragilidad de la vejez es una indicación de que estos receptores en las articulaciones y los músculos no funcionan tan bien como antes.

Debemos prestarle tanta atención a nuestro sentido del tacto como a los otros sentidos.

Si perdiéramos la vista o el oído, iríamos al médico inmediatamente.

Así mismo debería ser con el tacto.

Y hay un examen muy simple que cualquiera puede hacer para averiguar en qué estado se encuentra su sentido del tacto: la prueba de Ipswich.

Te piden que cierres los ojos y te tocan las puntas del primer, tercer y quinto dedos del pie para probar si puedes sentirlos.

Si fallaras en dos de seis, eso sería una indicación de que hay alguna posibilidad de neuropatía, y serías referido a un neurólogo o endocrinólogo.

Estos especialistas a su vez prueban tus reacciones usando unos dispositivos llamados filamentos de Von Frey. Es una forma mucho más precisa de medir la sensibilidad táctil.

Para no perder lo que se tiene…

¡Quítate los zapatos!
¿Qué podemos hacer para ayudar a proteger ese sentido del tacto a medida que envejecemos?, le preguntamos al experto, quien aconsejó:

Cuidar la piel es crucial, porque todos estos receptores táctiles están en tu piel
La dieta es obviamente importante, porque estas fibras nerviosas son metabólicamente activas. Necesitan el tipo de combustible adecuado para poder funcionar correctamente. Hay alimentos recomendables como aguacates, aceitunas y nueces.
Y, por supuesto, ya sabes lo que dicen: si no lo usas, lo pierdes. Hemos perdido algo que solíamos tener: contacto directo con el suelo, con la hierba. Así que quítate los zapatos y medias tan a menudo como puedas y deja que los pies respiren.
Las caricias son vitales
Finalmente, hay otro aspecto del tacto que vale la pena ejercitar… tocar.

De vuelta en la Universidad John Moores, el profesor Francis McGlone nos habló acerca de un nuevo y emocionante campo de investigación.

Los ancianos a los que los acarician se alimentan mejor.
Todos los animales sociales, todos los humanos, tienen una biblioteca de nervios en la piel que responde al tacto suave. Y no se trata de sentir con los sentidos sino con la emoción.

Es decir, las caricias envían mensajes a hacia las partes del cerebro que básicamente procesan la emoción, en lugar de las partes del cerebro que procesan la sensación.

Pero ¿qué significa eso?

Bueno, en pocas palabras, el tacto suave induce una reacción emocional, y la evidencia está en todas partes.

Hay evidencia en experimentos como lo que se llama el toque de Midas: si una camarera o camarero nos toca en el hombro cuando está tomando nuestro pedido, obtiene mejores propinas.

¡A repartir abrazos!
Y para las personas mayores que rara vez están expuestas al contacto físico suave, éste podría ser vital. Hay evidencia de eso, también.

Los ancianos que reciben caricias comen más y mejor.

Por lo tanto, existe un nervio sensible al tacto suave en todos los mamíferos sociales y debe ser tocado para promover la supervivencia y el bienestar.

La ciencia ha demostrado lo que intuitivamente hemos sabido durante mucho tiempo: el contacto humano es primordial.

¿Cómo saber si eres adicto al trabajo y qué puedes hacer para combatirlo?

JC, quien vive en Tampa Bay, Florida, en Estados Unidos, asegura que necesitó mucho valor la primera vez que se paró y habló frente a un grupo de personas que nunca había conocido antes.

JC, quien no quiere que revelemos su verdadero nombre, fue a una reunión de Workaholics Anonymous (Adictos al Trabajo Anónimos) porque sentía que ya no podía seguir adelante.

Tiene 40 años y es una trabajadora del sector salud que logró vencer su alcoholismo y su trastorno de alimentación. Pero dice que no puede experimentar la serenidad que esperaba obtener con la sobriedad porque ahora se ha vuelto adicta al trabajo.

“Me veía constantemente obsesionada con el trabajo”, afirma. “Me di cuenta de que usaba el trabajo para bloquearme y evitarme a mí misma, a mis sentimientos y mis temores”.

Su adicción al trabajo y el estrés que esto provocó afectó su salud.
Se trata de recuperar el equilibrio entre trabajo y vida personal.
“A los tres meses de haber empezado en un cargo gerencial, me salieron canas prematuras”, cuenta. “Experimenté fatiga adrenal… tenía un trastorno cardíaco”.

Workaholics Anonymous comenzó a operar en Estados Unidos a principios de los 1980, siguiendo un plan de recuperación de 12 pasos similar al que creó Alcohólicos Anónimos.

Hoy hay más de 100 grupos de reunión en todo el mundo, desde Argentina hasta Estados Unidos, Reino Unido y Japón. También existe la posibilidad de unirse a las reuniones en internet con Skype o por teléfono.

Pero ¿cómo sabes si realmente eres adicto al trabajo? Y ¿existen otras formas de obtener ayuda?

Wilmar Schaufeli, profesor de psicología del trabajo y organizacional de la Universidad de Utrecht, en Holanda, describe a un adicto al trabajo como “una persona que trabaja obsesivamente duro de manera compulsiva”.

“Es una combinación entre trabajo excesivo y trabajo compulsivo”.

Agrega que asistir a Workaholics Anonymous funciona para muchos adictos porque “ves a personas que tienen el mismo problema, así que no estás solo. Pienso que es algo importante para todo tipo de problemas conductuales o adicciones”.

Workaholics Anonymous comenzó a operar en Estados Unidos a principios de los 1980, siguiendo un plan de recuperación de 12 pasos similar al que creó Alcohólicos Anónimos.
Para otras personas con problemas de adicción al trabajo, las terapias individuales con un profesional entrenado podrían ser la respuesta.

Pero ¿qué es lo que en realidad puede conducir a la adicción al trabajo?

La doctora Claudia Herbert, psicóloga clínica del Centro de Desarrollo Oxford, en Oxfordshire, Inglaterra, a menudo trata a pacientes.

Afirma que muchos adictos al trabajo tienen otros trastornos de salud mental.

“Muchos de los clientes quizás se sienten deprimidos, quizás piensan que la vida es un poco vacía, y pueden tener problemas de ansiedad. También pueden tener otras adicciones”.

Presión familiar
El trastorno puede desencadenarse en primer lugar cuando una persona tiene que trabajar demasiado. “La gente a menudo tiene que aceptar un empleo que antes pudo haber sido desempeñado por dos o tres personas”, afirma.

La adicción al trabajo puede provocarse en parte cuando una persona se ha visto en el pasado demasiado presionada por sus padres.

“Las personas que siendo niños se vieron reforzados por sus logros en lugar de por lo que eran tienen más probabilidades de convertirse en adictos al trabajo”, agrega.

En lo que se refiere a los tipos de empleos en los que la gente tiene más posibilidades de volverse adictos al trabajo, el profesor Schaufeli afirma que se trata de los profesionales de más alto rango más que de aquellos en los niveles más bajos de la jerarquía laboral.

Agrega que los que trabajan por su cuenta también son vulnerables porque se pueden obsesionar con sus empresas.

Shaufeli asegura que los adictos al trabajo a menudo no se dan cuenta de que su conducta es problemática debido a que el llevar a cabo enormes cantidades de trabajo a menudo significa que ganan más dinero y se les promueve.

Se dice que algunos adictos al trabajo no reconocen que algo está mal porque reciben promociones e incrementos salariales.
En lo que se refiere a tratar la adicción al trabajo, la doctora Herbert afirma que los tratamientos deben ser hechos a la medida de cada paciente, para llegar al fondo de lo que está causando el trastorno.

En Retreat South, un centro de rehabilitación y salud mental en Australia, organizan un programa para ejecutivos que sufren agotamiento y estrés vinculados al trabajo, que intenta que la gente recupere el equilibrio entre su trabajo y su vida.

El programa comenzó hace seis años y la duración promedio de la estancia es de un mes, con precios que van desde los US$6.100 a la semana.

La mayoría de los clientes son australianos pero también llegan personas de Asia y Europa.

Culpabilidad
“Trabajamos sobre la culpabilidad. La de que ‘no he sido un buen padre’, o ‘no he sido una buena pareja’”, afirma Jane Enter, la directora clínica de Retreat South.

“Las personas deben volverse a conectar con lo que son ellas mismas. Se trata de recuperar una vida más equilibrada”.

De vuelta a Florida, Estados Unidos, JC, a quien encontramos en Workaholics Anonymous en 2012, ahora es voluntaria en la organización.

“Tengo más tiempo para divertirme y para relacionarme con la gente”, dice. “Tengo el mismo trabajo. Sin embargo, debido a que he cambiado la forma como pienso y actúo las cosas son mucho más manejables”.

“Me coloco límites en el número de horas que trabajo en un día”, agrega.