Cómo se transmiten las enfermedades en los aviones (y qué puedes hacer para reducir el riesgo de contagio)

Aterrizar después de un largo viaje sintiendo algo de ardor en la garganta es una experiencia con la que los habituales de los vuelos intercontinentales están bastante familiarizados, por lo que por lo general se asume que las cabinas de los aviones propician el contagio de enfermedades.

Y si a eso se suma el innegable rol jugado por este tipo de viajes para la rápida propagación global de virus como el de la gripe H1N1 y el SARS-CoV, es comprensible que cada vez haya más científicos interesados en comprender el vínculo entre salud y transporte aéreo.

“Con las líneas aéreas llevando más de 3.000 millones de pasajeros anuales, la transmisión de enfermedades infecciosas durante el vuelo es una preocupación de salud global importante”, reconoce un equipo de investigadores que se ha estado dedicando precisamente a esa tarea como parte del proyecto de investigación Flying Healthy (“volando saludable”), auspiciado por Boeing.

Los pasajeros más expuestos son los que se sientan cerca de las personas infectadas.
“Se ha documentado más de una decena de casos de contagio de infecciones serias durante el vuelo, y los viajes aéreos también pueden servir de conducto para la rápida propagación de nuevas infecciones emergentes y pandemias”, destacan los investigadores en la edición de marzo de la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences).

Aunque, como también se advierte en el artículo, “a pesar de las historias sensacionalistas en los medios, los riesgos de transmisión de virus respiratorios en la cabina de un avión todavía no se conocen”.

Para colmar ese vacío, este equipo de profesionales formado por médicos, biólogos y matemáticos, liderados por Vicki Stover Hertzberg de la Universidad Emory de Atlanta, se dedicó a analizar los comportamientos y movimientos de los viajeros de una decena de vuelos en clase económica para elaborar un modelo de contagio.

Y de sus observaciones se desprende que sentarse al lado de una ventana y no moverse durante todo el vuelo puede ser la mejor manera de evitar contagiarse.

Pero sólo siempre y cuando ese asiento esté a más de dos filas de distancia de un pasajero enfermo o del portador de un virus aerotransportado.

Lo más saludable es un asiento de ventanilla.
La regla de las dos filas
La llamada “regla de las dos filas” ya se conocía, pues es rutinariamente mencionada en las recomendaciones de las agencias de salud.

Y es que según un estudio de la OMS sobre la transmisión de influenza en vuelos internacionales, publicado en 2009, los pasajeros tenían un 3,6% más de posibilidades de contraer algún virus si estaban sentados “en la misma fila o a cuando menos dos filas de las personas con síntomas”.

Si puedes elegir, lo mejor es un asiento de ventana.
“Los que contraen la enfermedad suelen ser los que se sientan al lado del caso o una o dos filas del caso, o la tripulación de aire que atiende el caso”, insistió también la organización en 2013, en sus recomendaciones para la prevención y control del Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS).

La razón, como explican Stover Hertzbeg y sus colegas, es que la principal ruta de transmisión para enfermedades como la influenza o el SARS son gotitas respiratorias que son propulsadas a cortas distancias -menos de un metro- cuando una persona infectada estornuda, tose, habla o respira.

Aunque como hacen notar en su artículo en PNAS, la regla de las dos filas no tiene cuenta factores como el movimiento de pasajero y tripulación, así como tampoco el contacto indirecto a través de fómites.

La investigación también analizó los movimientos de la tripulación.
Eso no significa que la regla no aplique: de hecho, los investigadores encontraron que las personas más expuestas a los virus de un enfermo de gripe son aquellas sentadas a su lado, en la fila de delante y las dos filas de atrás.

Pero “es de destacar que cinco informes de casos de enfermedades de transmisiones en aviones (uno de SARS y cuatro de influenza) encontraron que el 40% de la transmisión ocurrió fuera de la zona de dos filas, lo que sugiere que el movimiento puede ser un factor importante en la enfermedad transmisión”, apuntan.

Mejor ventana
Por eso, clave en sus observaciones, es el hecho de que -como cabe esperarse- las personas sentadas al lado de la ventanilla acostumbran levantarse mucho menos que aquellos que se sientan en otra parte, lo que ayuda a reducir el riesgo de contagio.

Específicamente, en los aviones observados -10 vuelos internos en EE.UU., de entre 3,5 y 5 horas de duración- un 38% de los pasajeros nunca se levantó de sus asientos, otro 38% lo hizo una vez, 13% dos veces y 11% más de una vez.

Y los más activos fueron los pasajeros sentados al lado del pasillo: cerca de un 80%, por 62% de los ocupantes de los puestos centrales y 43% de los sentados al lado de las ventanillas del avión.

A pesar de todo, los aviones no son tan contagiosos como muchos creen.
Esa proporción, obviamente, puede cambiar en caso de vuelos más largos. Y los mismos investigadores reconocen que el tamaño del estudio no permite sacar conclusiones más generales.

Pero si se quiere minimizar al máximo un posible contagio, la regla parece clara: hay que conseguirse un asiento con ventanilla -lo que también limita la exposición a la gente que se desplaza por el avión- y tratar de no moverse de ahí.

Aunque también conviene recordar lo que le dijo Christine Pearson, portavoz del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) a la BBC en agosto de 2014, cuando la epidemia de ébola atizó las preocupaciones sobre contagio en los aviones.

“La cabina de un avión no es más peligrosa que cualquier otro lugar donde se está en contacto con mucha gente, como por ejemplo, el área de alimentos de un centro comercial”.

Qué son las calorías buenas y por qué es importante diferenciarlas de las malas

La obsesión por la palabra “caloría” a veces puede llegar a niveles insospechados. Más de uno analiza con detenimiento la carga calórica de cada alimento que consume para calcular su posible impacto en el cuerpo.

El asunto es que las calorías se suelen asociar directamente con el peso, o mejor dicho, el sobrepeso que afecta al cuerpo, sea porque se consumen en exceso o porque no se hace nada para quemarlas.

Hacer ejercicio es una manera de quemar calorías, aunque eso no significa que se está perdiendo peso. La clave es la alimentación.
Una percepción que no es del todo correcta, como le dijo a BBC Mundo Juan Francisco Marco, profesor del centro de ciencia deportiva y fitness Alto Rendimiento en España.

“El miedo que hay no tiene sentido y no debería ser así”, explicó Marco.

“La kilocaloría es al fin y al cabo energía, una energía que necesita nuestro cuerpo para funcionar durante el día. El problema es el exceso y cuál es el origen de ese exceso”.

A evitar

El profesor español se refiere a kilocaloría, que es la que está vinculada al aspecto nutricional de los alimentos y a la que el químico estadounidense Wilbur O. Atwater hace mención como Caloría, con la primera letra en mayúscula.

Hay alimentos que es mejor evitar y otros cuyo consumo es importante para mantener la buena salud.
Pero no todas las kilocalorías son iguales y de allí que sea importante la diferenciación entre las que son buenas para el organismo y las malas.

“No es lo mismo las que aportan las proteínas a las que aportan los carbohidratos y es por eso que es necesario entrar en el concepto de los macronutrientes: proteína, grasas o lípidos y carbohidratos o azúcares”, resaltó marco.

“Las peores son las que se encuentran en los azúcares de absorción rápida, que por cada gramo aportan cuatro kilocalorías que si no se consumen rápidamente se irán acumulando, es decir, engordando”.

El peso no es el único indicativo de que una persona es saludable.
En este grupo se encuentran los dulces, los refrescos o bebidas gaseosas e incluso la fruta y los lácteos, que posee un tipo de azúcar del que no es conveniente abusar si no se consume de forma rápida.

Para el profesor de Alto Rendimiento hay un problema de desinformación y de generalización.

“No todas las grasas son malas”, aclaró Marco.

“Con las saturadas hay que tener cuidado, sobre todo de origen animal, que te producen nueve kilocalorías por gramo”.

Los tipos de grasas que producen calorías positivas para el organismo se pueden encontrar en alimentos con aceite vegetal, frutos secos o pescados como el salmón, atún o la caballa.

Una dosis de calorías buenas puede incrementar el rendimiento al hacer ejercicio.
Y al igual que las grasas, tampoco se puede generalizar con los carbohidratos, porque existen los de absorción lenta, que sí son beneficiosos para el cuerpo.

“El arroz, los cereales o las legumbres te van a proporcionar las mismas cuatro calorías por gramo, pero las de absorción lenta permiten que el cuerpo las metabolice y asimile de manera más progresiva y por lo tanto no se corre el riesgo de engordar”.

Cuestión de porcentajes
Una manera de ver cuáles alimentos de los que consumimos nos ofrecen la posibilidad de ingerir calorías buenas es observando su composición nutricional.

“Hay que huir de los azúcares rápidos”, advierte Marco.

“Lo ves donde dice la cantidad de carbohidratos y de ellos qué tanto porcentaje se refiere a los azúcares. Lo mismo que pasa con las grasas, que si tienen un porcentaje elevado de saturadas hay que evitarlo”.

En las etiquetas de los alimentos se especifican las cantidades de carbohidrato y grasa que contiene, además de cuánto corresponden a azúcares y saturadas.
Algo que también se recomienda evitar es el alcohol “que son kilocalorías muy malas y vacías”.

“El problema es que son en promedio siete kilocalorías por gramo y no aporta nutrientes. Si a eso le sumas que se elabora a partir de cereales y se añaden azúcares estamos hablando de un exceso calórico que hace que sea muy peligroso para el organismo”.

Por último, el profesor español hizo hincapié en que teniendo en cuenta que lo más recomendable es balancear la dieta en base a alimentos que proporcionan calorías buenas, no hay que exagerar en la cantidad que se consume, ya que los niveles varían en cuanto a las características de cada persona.

“Con un biotipo estándar, de una persona que hace ejercicio de forma moderada tres veces por semana y con un nivel de sedentarismo que se considera normal se recomienda un consumo de 1.800 calorías diarias para las mujeres y de 2.200 para los hombres”, recordó.

Después ya se trata que cada quién vaya sumando y restando de acuerdo a su dieta y estilo de vida.

Qué tipos de hierro hay en los alimentos y cómo podemos absorberlo mejor

El hierro es esencial para el crecimiento y el desarrollo de nuestro cuerpo, pero no todos necesitamos la misma cantidad de este mineral.

La recomendación diaria varía mucho según la edad y el sexo, y depende de si se sigue una dieta principalmente vegetariana o no.

La carencia de hierro es una causa muy común de enfermedad en el mundo: cuando la gente no tiene suficiente puede tener una piel muy pálida, fatigarse fácilmente y sufrir dolores de cabeza o padecer anemia ferropénica.

Pero los alimentos contienen distintos tipos de hierro y el cuerpo no absorbe ese mineral con la misma facilidad de unas y otras fuentes. ¿Cómo podemos asegurarnos de que ingerimos lo suficiente?

¿Cuánto necesitamos y para qué?
La mayor parte del hierro de nuestro cuerpo está presente en los glóbulos rojos, sobre todo como componente de la proteína hemoglobina. Su principal función en este caso es transportar el oxígeno en la sangre para distribuirlo desde los pulmones a los distintos tejidos del cuerpo.

El resto del hierro se encuentra mayoritariamente en la mioglobina, una proteína que provee oxígeno a los músculos, y como ferritina, que es el hierro almacenado sobre todo en el hígado, bazo y médula ósea.

En general nuestro cuerpo tiende a economizar al máximo el contenido en hierro: a diferencia de otros minerales, este no necesita excretarse, y sólo se pierden cantidades muy pequeñas por la orina y el sudor.

Además, es la necesidad fisiológica de hierro de nuestro cuerpo la que regula, hasta cierto punto, su absorción. Eso quiere decir que las personas que tienen carencia de hierro tienden a absorberlo de los alimentos más eficientemente y en mayores cantidades que las personas sanas.

Una mujer embarazada necesita unos 27mg de hierro al día.
La absorción de hierro casi siempre es mayor:

durante el crecimiento, ya que aumenta el tamaño corporal y el volumen sanguíneo,
durante el embarazo, para satisfacer las necesidades adicionales del bebé y
después de una hemorragia, incluida la menstruación.
Como referencia, según datos de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés),

un hombre sano mayor de 19 años necesita unos 8mg de hierro al día
un niño de 4 a 8 años necesita unos 10 mg
una mujer entre los 19 y los 50 debería ingerir unos 18mg y
una mujer embarazada necesita unos 27mg
Según información de la FAO, la organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, las necesidades dietéticas de hierro son casi diez veces mayores a las fisiológicas de nuestro cuerpo: es decir que para absorber 1 mg de hierro por día, habría que consumir en la dieta unos 10 mg, para tener un buen margen de seguridad.

Dos tipos según su origen
Hay dos tipos de hierro, según su origen animal o vegetal.

El de origen animal se llama hierro hemoo hemínico (referente a la sangre) y es de muy fácil absorción por el cuerpo humano.

Todas las carnes lo tienen, especialmente las carnes rojas, y se encuentra en grandes cantidades almacenado en el hígado y en las vísceras.

El hierro hemo está en la ternera, el cerdo, el cordero y sus derivados (jamón, patés, morcilla), las aves (pollo, pavo), huevos, pescados y mariscos (bacalao, sardinas, gambas, anchoas, etc).
Por otro lado, el hierro no hemo, de origen vegetal, es mucho más difícil de absorber para nuestro cuerpo.

Algunos de los alimentos vegetales que contienen más hierro son las espinacas, los frijoles o habas, arbejas, las lentejas, la berza y los albaricoques (también llamados chabacanos o damascos).

Dado que la absorción del hierro no hemo es más difícil, las personas vegetarianas necesitan consumir casi el doble de las cantidades de hierro recomendadas al día para cada edad, según información del NIH.

Cómo podemos absorberlo mejor
Ciertos alimentos pueden potenciar o disminuir la absorción del hierro de origen vegetal.

La vitamina C (o ácido ascórbico) favorece esa absorción, mientras que sustancias alcalinas, fosfatos, lignina, oxalatos, fitatos o taninos como el café o el té la reducen.

Así que si quieres sacarle el máximo partido nutritivo a un buen plato de lentejas, mejor acompáñalas con un jugo de naranja y no con un té.

Lo mismo si tomas suplementos de hierro.

Alimentos de origen animal y vegetal ricos en hierro.
Alimentos con mayor contenido de hierro
Carnes rojas
Aves
Pescados y mariscos
Huevos
Quinoa
Legumbres (lentejas, frijoles, arbejas)
Vegetales de hoja verde (espinaca, berza)

La sorprendente razón por la cual la desaparición de los diarios locales puede afectar tu salud

Probablemente no te hayas imaginado que una conexión semejante podía existir.

¿Qué tienen que ver los periódicos regionales con enfermedades infecciosas que podrían propagarse y causar una epidemia?

Pues resulta que este tipo de medios son muy efectivos para la detección temprana de ciertos padecimientos.

Y fue por eso que, cuando la especialista en modelos matemáticos Maia Majumder se tropezó con un mapa que mostraba cómo varios municipios estadounidenses se habían quedado sin diarios locales, se aterrorizó al advertir que las consecuencias de esa realidad serán negativas para el control de infecciones.

“Dependemos mucho de lo que publican estos medios. Si no contamos con su cobertura, será difícil identificar brotes y predecir su trayectoria”, le dijo Majumder a la publicación especializada en salud Stat.

Y es que los epidemiólogos utilizan una variedad de fuentes para identificar la propagación de una enfermedad, no solo los datos proporcionados por organismos sanitarios oficiales.

Gracias a la cobertura de la Gaceta Demócrata del Noroeste de Arkansas, los investigadores supieron que muchos niños en la zona de la epidemia de papera no estaban vacunados.
Prueba exitosa
Un ejemplo de la efectividad que puede tener la información publicada en periódicos locales de brotes en una comunidad es la epidemia de paperas que se detectó en el estado de Arkansas, en el sur de Estados Unidos, en agosto de 2016.

En esa fecha se registraron más de 2.000 casos, 60% de los cuales afectaron a niños en edad escolar.

Un estudio publicado en la revista médica The Lancet en 2017 revela cómo el seguimiento de los mismos, realizado por la Gaceta Demócrata del Noroeste de Arkansas, contribuyó al diagnóstico de la situación.

Gracias al diario, los científicos que realizaron la investigación obtuvieron importantes datos que les permitieron entender qué estaba pasando.

Por ejemplo, se enteraron de que la enfermedad se estaba propagando en una comunidad en la que vivían personas oriundas de las Islas Marshall, ubicadas en el Océano Pacífico, entre Australia y Hawai. También que el porcentaje de padres que se había negado a que sus hijos fueran vacunados era el mayor en el estado.

Esa información fue fundamental para entender qué estaba pasando. Obtener esos detalles a través de los canales oficiales era mucho más complicado.

HealthMap ofrece información en “tiempo real” de brotes de enfermedades.
Esfuerzos efectivos
El análisis de fuentes no tradicionales de datos —como periódicos locales— para detectar el brote de una infección que podría convertirse en epidemia es el objetivo de proyectos que se dedican a la vigilancia en”tiempo real” de este tipo de enfermedades.

Los medios regionales, sin embargo, son un punto de partida fundamental para la compilación de datos acerca del tema provenientes de sitios web, redes sociales, testimonios de testigos, foros de expertos e informes oficiales.

“Son la base de la vigilancia en internet, la revisión que hacemos de la red para descubrir el inicio de situaciones que están afectando a una comunidad”, le explicó a Stat John Brownstein, cofundador de HealthMap, uno de los proyectos dedicados a la recopilación de información sobre infecciones a través de fuentes poco convencionales.

Un ejemplo referido por el científico para ilustrar su punto es la pandemia de influenza H1N1 que se registró en 2009. Los reportajes locales ayudaron a que la comunidad internacional le prestara atención a la enfermedad emergente.

“Si la cobertura de los medios locales disminuye —prosiguió Brownstein— sería lógico pensar que no tendremos esa advertencia inicial”.

La información recopilada por grupos como HealthMap es utilizada por autoridades sanitarias y científicos que investigan las variaciones en la distribución geográfica de las enfermedades, como el Zika, y el impacto que tiene el cambio climático en los patrones que siguen ciertas dolencias.

Así que es de los periódicos regionales que salen muchos de los detalles que permiten determinar las particularidades de un brote infeccioso. Y es por eso que su desaparición puede afectar tu salud.

Qué son los ftalatos y por qué comer fuera puede aumentar el riesgo de una (dañina) exposición a ellos

Hasta ahora sabíamos que comer fuera está asociado al consumo de más azúcar, sal y grasas de lo recomendado por los expertos en nutrición. Ahora resulta que ese hábito también parece aumentar nuestra exposición a los ftalatos, unos químicos derivados del plástico que son dañinos para nuestra salud.

Así lo concluyó un equipo de investigadores de las universidades estadounidenses de Washington y California, Berkeley, que analizaron los restos de ftalatos en la orina de más de 10.000 personas en Estados Unidos a las que previamente se les había preguntado qué y donde habían comido el día anterior.

Los científicos hallaron que las personas que decían comer con más frecuencia en restaurantes, cafeterías y establecimientos de comida rápida tenían niveles de residuos de ftalatos un 35% mayores que las personas que decían consumir alimentos preparados en casa, según el estudio publicado en la revista científica Environmental International.

Los ftalatos o ésteres de ácido ftálico son un grupo de productos químicos industriales utilizados para la fabricación de plástico, para hacerlo más flexible o resistente.

Pero son nocivos para la salud humana: además de ser desestabilizadores del sistema hormonal o endrocino, numerosos estudios los vincularon a malformaciones del feto, asma, cáncer e infertilidad, entre otros problemas de salud.

De hecho en EE.UU. y la Unión Europea se prohibió su uso en juguetes y en cualquier material diseñado para estar en contacto con menores, ya que sus cuerpos aún están en desarrollo.

Sin embargo los ftalatos se siguen utilizando para fabricar muchos productos utilizados en el proceso de producción de comida, como las cajas de plástico para llevarla, los guantes para manipular los alimentos, los equipos con los que se procesa la comida y otros objetos utilizados en la cadena de producción, tanto en restaurantes, como cafeterías y establecimientos de comida rápida.

Los ftalatos o ésteres de ácido ftálico son un grupo de productos químicos industriales utilizados para la fabricación de plástico, para hacerlo más flexible o resistente.
Numerosas investigaciones científicas previas concluyeron que estos químicos se pueden filtrar de los contenedores o envoltorios plásticos a los alimentos.

“La mujeres embarazadas, los niños y los adolescentes son más vulnerables al efecto tóxico de estos químicos que alteran el sistema hormonal, así que es importante encontrar maneras de limitar nuestra exposición”, dice Julia Varshavsky, la autora líder del estudio, de la Facultad de Salud Pública de la universidad de California, Berkeley.

Adolescentes, los más vulnerables
Varshavsky y su equipo concluyeron que ciertos alimentos, como las hamburguesas y los sándwiches, cuando son comprados en restaurantes y cafeterías de comida rápida, están asociados a un mayor nivel de ftalatos en la orina.

Los investigadores, que para el estudio utilizaron los datos de una encuesta nacional sobre salud y nutrición realizada entre 2005 y 2014 (conocida como NHANEs por sus siglas en inglés), comprobaron que el 61% de los participantes dijeron haber cenado fuera el día anterior.

Los resultados mostraron que la asociación entre los fatalatos y el comer fuera era significativa para todas las edades pero aún mayor para los adolescentes.

Este grupo demográfico, más consumidor de comidas rápidas fuera del hogar, tenía un nivel de ftalatos 55% mayor que el de las personas que solo habían comido en casa.

“Nuestros resultados sugieren que para la población de Estados Unidos comer fuera puede ser una fuente importante y hasta ahora no acreditada de exposición a los ftatalatos”, dijo Ami Zota, investigadora del instituto Milken de salud pública de la universidad George Washington, que participó en el estudio.

Los autores del estudio creen que futuras investigaciones deberían abordar cuáles son las intervenciones más eficaces para retirar los ftalatos de la cadena alimentaria.