Un país en escombros, pero de pie. Un pueblo golpeado pero no hundido, sacudido pero entero.
A México le quedaron demasiados corazones rotos y edificios por los suelos. Pero quizá de entre los restos surja una necesaria reconstrucción.
A una semana del terremoto que dejó 333 muertos, los mexicanos se volvieron a enorgullecer de su gente y a avergonzarse, una vez más, de sus líderes.
Entendieron que si no se salvaban entre ellos, no los salvaba nadie.
Y probablemente sea pronto para cantar victoria. Pero la respuesta de la sociedad -más efectiva, útil y prominente que la de cualquier otra institución- podría ser el inicio de algo más profundo.
El puño en alto, para pedir silencio, se convirtió en el símbolo de los voluntarios que trabajaron en las labores de rescate.
En estos días miles eligieron recoger escombros, ofrecer comida, repartir ayuda, conseguir palas, ordenar el tráfico, verificar información, pedir medicamentos, entregar mantas. Y salvar personas.
El caos de los primeros días del terremoto se empezó a encauzar cuando una marea de voluntarios tomó las riendas.
El Estado, más allá de aparecer en forma de soldados, marinos y policías, siempre pareció ausente, distante del dolor, lejos de la empatía.
La respuesta de la sociedad civil fue más ágil y efectiva que la de las instituciones de gobierno.
A las autoridades, cuando se hicieron presente, las abuchearon, las acusaron de retener donaciones para damnificados, de pedir credencial de votante a cambio de repartir ayuda, de no pensar en las familias y de informar tarde y mal sobre los operativos de rescate.
Y hasta hubo quien achacó el desastre natural al haber sido “demasiado liberales en el tema de la fe”. Mucho desparpajo en medio del dolor.
La otra cara
Ese es el lado amargo de una semana trágica. Pero también existen infinidad de imágenes que muestran que no todo está perdido.
El joven en silla de ruedas recogiendo escombros. Los que donaron lo poco que no les sobraba. Los que frágiles sacaban fuerza de donde fuera para cargar cajas. Los que a las cuatro de la mañana se paseaban ofreciendo café de olla, comida casera y una sonrisa de aliento…
Un grupo de voluntarios descansa en una calle de México.
También los que perdieron un amigo en el terremoto y a los dos días hacían fila para sumarse a un operativo de rescate. Los que levantaban los puños en alto, máxima expresión de la esperanza, haciendo silencio en comunión y resistencia.
La solidaridad afloró de manera conmovedora, pero reconstruir un país debe ser tarea de todos los días.
El liderazgo, la sensibilidad y el sacrificio, en un momento de tragedia nacional, vino de abajo y no de arriba. A los jóvenes, en particular, se los ha acusado de ser apáticos y de estar ajenos al sistema, pero fueron los que tomaron las palas y se dejaron la piel para ayudar.
Voluntarios durante el terremoto de MéxicoDerechos de autor de la imagenJUAN PAULLIER/BBC
Es esencialmente humano que lo extremo, que la adversidad, haga sacar lo más valioso de dentro. El temblor sacudió la tierra y las almas, fue necesario ver el horror de cerca para ser humanos en su mejor versión. Hay algo en la naturaleza del hombre que cuando el suelo le tiembla, logra estar más entero, íntegro y firme que nunca.
Así, del terremoto emergió un pueblo fuerte. Pero terremotos en México hay todos los días.
Terremoto es que haya 55 millones de mexicanos pobres, terremoto es ser de los países con más millonarios y de los que tienen más personas con problemas para alimentarse como deben, terremoto es que a la mayoría eso no le importe…
Terremoto son los 43 de Ayotzinapa, terremoto son las fosas comunes, terremoto son los cientos de miles de muertos por la guerra contra el narcotráfico, terremoto son los decenas de miles de desaparecidos, terremoto es no avizorar un cambio, terremoto es no hacer algo para forjarlo.
Muchos mexicanos quieren convertir el terremoto en una oportunidad.
Quizá, y tan solo quizá, el drama de estos días sirva para despertar a un país merecedor de otra realidad.
Ojalá el temblor sirva para sacudir corazones y mentes. Ojalá que la solidaridad de esta semana sea más que un grato recuerdo en poco tiempo. Ojalá que los que se movilizaron no se olviden del desafío que queda por delante.
La reacción ciudadana al terremoto de 1985 fue punta de lanza de una era de cambios. Con el tiempo llegaron. Y con una sociedad con una consciencia política y ciudadana más vigorosa, una nueva y necesaria vuelta de tuerca podría no estar tan lejos.
Si el sismo de 2017 la desencadena, los cientos que murieron quizá hayan sido el germen de la reconstrucción que más le urge a México.