Luego de ver una fila de coloridos batidos de fruta colocados sobre la mesa de su cocina, Paul Lindley se volteó hacia el grupo de niños reunidos a su alrededor y les pregunto: “¿Cuál es el mejor?”
Fue su propio hijo, Paddy, quien señaló una de las mezclas de frutas y dijo: “El rojo, rojo como mi camión de bomberos”.
El niño de cuatro años se mostró tan seguro en su decisión que Lindley decidió presentar el nuevo producto de su empresa de alimento para niños con ese mismo nombre, “El Rojo”, con un empaque en tono escarlata.
Aunque su equipo de mercadeo calificó su decisión como una “locura”.
Paul Lindley se inspiró en la imaginación y confianza de su hijo para iniciar su compañía de alimentos infantiles Ella’s Kitchen.
Le dijeron que los colores pasteles, verdes o marrones, combinarían mejor con lo “orgánico”, mensaje central asociado al producto.
Los colores brillantes, insistieron, generarían ruido entre la audiencia.
No obstante, Lindley mantuvo la decisión del niño, una visión que fue más allá del mercadeo del producto.
La confianza de los niños
Sin experiencia previa en los negocios y con un capital de US$32.339, Lindley comprendió que necesitaba inyectarle más fuerza a su presentación como vendedor a fin de convencer a los fabricantes y a los supermercados de trabajar con él.
“Me inspiró ver a un niño pararse en un escenario para cantar durante la representación del nacimiento de Jesús, o la seguridad en sí mismos que transmiten cuando muestran sus dibujos”, comentó Lindley.
La confianza y seguridad de los niños puede servir de inspiración a los adultos.
Para el emprendedor de 50 años, adoptar la mentalidad de un niño pequeño rindió frutos.
“La Cocina de Ella”, la compañía que fundó en Reino Unido en 2006, se expandió a más de 40 países y ahora registra ventas por más de US$100 millones cada año.
En opinión de Lindley, es una lección que muchos empresarios deberían tomar en cuenta.
Para él, los niños deberían ser vistos como algo más que “adultos en entrenamiento”.
Deberíamos reconocer su creatividad, su curiosidad, determinación, ambición y sociabilidad.
En otras palabras, el comportamiento de un pequeño que busca atención, pudiera eclipsar cualquier cosa que invente un experto en mercadeo.
El niño interno
No es que Lindley esté promoviendo pataletas.
“Se trata de rescatar las cosas positivas de la niñez, amplificarlas, recordarlas y redescubrirlas en tu vida de adulto”, comenta.
Y hay investigaciones académicas que respaldan este enfoque de Lindley.
La profesora Alison Gopnik ha encontrado que los niños en edad prescolar son mejores que niños mayores y adultos para resolver problemas.
Los trabajos de Alison Gopnik, profesora de psicología y filosofía de la Universidad de California, muestran a grupos de pequeños que resuelven mejor algunas tareas que niños más grandes o incluso adultos.
Gopnik dice que gracias a su “creatividad libre y su jocosidad”, los niños representan el departamento de investigación y desarrollo de la especie humana.
La adultez es “el departamento de producción y mercadeo”, compara.
A medida que nos vamos volviendo viejos, las partes frontales de nuestro cerebro -que utilizamos para planificar, concentrarnos y tomar decisiones rápidas- ejerce mayor control.
Según Gopnik, esto trae como desventaja una forma de pensar menos divergente. Se nos hace más difícil imaginar diferentes posibilidades y aprender cosas nuevas.
“El ruido, lo impredecible y la naturaleza cambiante que vemos en los niños -algo que quisiéramos controlar- es en realidad una de las cosas que permiten a nuevas generaciones pensar diferente”, dice la investigadora.
Instalar el botón de niño
El reto para los emprendedores que aspiran a capturar nuevamente la creatividad, la innovación y el alboroto sin perder la efectividad en la planificación y ejecución, es ser capaz de “ir hacia atrás y hacia adelante” entre estos dos mondos de pensar.
Sin embargo, ¿es posible cambiar entre una y otra forma?
Trabajadores de la empresa de mercadeo Sleeping Giant Media se reúnen en una piscina de pelotas para estimular la creatividad.
En opinión de Dayra Zabelina, una neurocientífica cognitiva en la Universidad de Colorado, la respuesta es afirmativa.
En un estudio en el que participó Zabelina, se le propuso a un grupo de estudiantes que se imaginaran a la edad de siete años de edad y respondieran pruebas estándar para medir la creatividad del individuo.
El resultado demostró que este grupo tuvo más inventiva para resolver la prueba que aquellos a los que se les pidió actuar de acuerdo con su edad.
Cuando se le dijo a este último grupo describir cómo pasarían un día libre, enumeraron una lista de actividades domésticas como lavar la ropa, ir al mercado, recuperar las horas de sueño.
Luego, el grupo tuvo cinco minutos para “ponerse en los zapatos” de su niñez, tras lo cual se les hizo la misma pregunta.
Las ideas que sugirieron fueron muy distintas, como visitar a la abuela, salir a jugar con los amigos o encontrar el helado más grande de la ciudad.
Compartir áreas de trabajo con áreas de esparcimiento puede ser una verdadera fuente de distracción para algunos.
Al pedirles que transformaran figuras incompletas en dibujos, los que asumieron la edad de siete años crearon “mejores y más creativos” trabajos.
“Fue muy simple y tuvimos marcadas diferencias entre ambos grupos”, concluyó.
Jugar e imaginar
Zabielina afirma que nuestra creatividad se estimula con cualquier cosa que nos dé tiempo para jugar e imaginar.
“Cuando nos estamos divirtiendo, nuestra mente no se encierra en algo específico, le permitimos a nuestro cerebro que vea cosas diferentes y haga nuevas asociaciones”, dice.
Es por ello que en algunas empresas que valoran el pensamiento creativo invierten en equipos que, en apariencia, pueden lucir frívolos (como toboganes gigantes, mesas de ping-pong, espacios de juego acolchadas o piscinas de pelotas de colores).
“Todo el mundo tiene un niño en su interior, pero algunas veces nos los extraen, particularmente en oficinas”, comenta Luke Quilter, director ejecutivo de la empresa de mercadeo digital Sleeping Giant Media, en Reino Unido.
Cuando nos estamos divirtiendo, nuestra mente no se encierra en algo específico, le permitimos a nuestro cerebro que vea cosas diferentes y haga nuevas asociaciones”
Dayra Zabelina, neurocientífica
“Para nosotros es importante estimular en la empresa la necesidad de recordar lo que es jugar. Mientras más diversión, más creativa es la gente”, afirma Quilter.
“En el campo digital las cosas cambian tan rápidamente, que dentro de seis meses lo que sabías puede estar pasado de moda”, agrega.
“Tienes que reinventarte constantemente. No puedes ser realmente creativo en este sector y tener una oficina aburrida. Eso sería simplemente incongruente”.
No obstante, en algunas compañías este tipo de distracciones son vistas como “infantiles”.
De hecho, consideran que ambientar la oficina al estilo Google puede ser dañino.
Jeremy Myerson, experto en diseño de oficinas del Real Colegio de Arte, ha advertido sobre el riesgo de “infantilizar” a los empleados.
Otros opinan que esos juegos pueden distraer a los trabajadores o generar mucho ruido.
Hacerse pequeño
Para Lindley, los juguetes, toboganes y patinetas puede que sean innecesarios.
Google ha abierto brecha introduciendo monopatines, toboganes y juegos en las oficinas, pero la reacción ha sido mixta.
A su juicio, el tema de fondo es “hacerse pequeño” y mirar el mundo a través de la mirada inquisidora de un niño pequeño.
El ejecutivo sugiere tomar una ruta diferente a la oficina, darse cuenta de las cosas nuevas que hay en el camino y regresar nuevamente a la ruta original.
“Comenzarás a ver cosas que normalmente no te dabas cuenta que estaban ahí”, dice.
“El objetivo es disparar pensamientos frescos cuando llegues a la oficina. Puede que te cuestiones por qué tienes esa reunión o por qué la máquina que alquilaron tiene seis meses sin que alguien la utilice”.
En su nuevo libro “Pequeñas victorias: el inmenso poder de pensar como un pequeño”, Lindley recoge la experiencia de una niña de tres años llamada Jennifer, quien le preguntó a su padre en los años 1940 por qué no podía mirar de inmediato la foto que habían tomado.
Una hora más tarde, el padre de Jennifer -el físico Edwin Land- había estructurado la idea fundamental para inventar la cámara Polaroid.
“Desde esa chispa inicial proveniente de la inspiración infantil surgió una de las marcas más reconocidas a mediados del siglo XX, comprada por la mitad de los estadounidenses durante la década de 1960”, señala Lindley.
“El mecanismo de la cámara Polaroid Land, como fue conocida al principio, puede que haya sido complejo, pero el elemento que la inspiró fue hermosamente simple e infantil”.