De la agricultura al automóvil y al autocorrector, las cosas nuevas siempre necesitan palabras nuevas. Y las nuevas palabras también siempre despiertan sentimientos encontrados.
Invertí mucho tiempo el año pasado escribiendo un libro sobre tecnología y lenguaje y hoy el debate de lo que se considera 'adecuado' en la lengua y la escritura está más vivo que nunca gracias a una importante transición.
De los mensajes de texto al correo electrónico, y de sitios de 'chat' a los videojuegos, la tecnología ha puesto sobre la mesa un escenario extraordinario de intercambio verbal, cuyas controversias no están tan relacionadas con infiltraciones extranjeras como con la informalidad, abreviación y autoindulgencia.
De ahí la legión de expresiones como 'PLOP' (el sonido de un desmayo), quejidos como 'Auch' y técnicas de redes sociales para hacer más dramática la escritura como #YomeEntiendo.
En cada caso la línea divisoria es enormemente generacional, con un toque de esnobismo y estética. Sin embargo, incluso las divisiones aparentemente obvias entre lo viejo y lo nuevo se pueden analizar más a profundidad.
Cuando el Diccionario Inglés de Oxford dio el salto y agregó a su vocabulario algunos "acrónimos notables” en marzo de 2011, como OMG –por la expresión en inglés "Oh Dios mío”', o LOL, que en inglés significa "reírse en voz alta”; o FYI –cuya traducción en español es PSI o para su información, aclaró que la primera vez que se reportó el acrónimo OMG fue en una carta de 1917 de nada más y nada menos que Winston Churchill.
Incluso la personificación más emblemática de la mensajería en línea, el emoticón – caras felices o tristes dibujadas con signos de puntuación -:) o :(-, fue alguna vez publicado en el siglo XIX por la revista satírica Puck bajo el título "El arte tipográfico".
Pero sería perverso pretender creer que no hay nada inusual en la era de Internet. Al menos en el abandono de las palabras habladas como el motor del cambio lingüístico hacia el acto de escribir en una pantalla.
Nos hemos acostumbrado tanto a decir en voz alta cosas como "puntocom” que nos olvidamos de que estamos hablando en signos de puntuación.
La velocidad en la comunicación hoy está sincronizada con la velocidad con la que las palabras son adoptadas. Bicicletas, automóviles y teléfonos fueron palabras que tomaron décadas en ser parte la vida diaria, como palabras e incluso como objetos.
Con la gran oferta en línea, el éxito puede ceñir el mundo en cuestión de meses. Me burlé cuando escuché por primera vez el término Twitter. Ahora lo acepto tanto como el verbo "googlear” -buscar en Google- que se ha convertido en parte activa de decenas de idiomas en el mundo.
clic Lea también: "Ingoogleable": aquello de no existir en Google
Donde el hábito lidera, el lenguaje lo sigue.
Por primera vez en la historia de la humanidad, la mayoría de las palabras de la población adulta juegan un papel activo en la cultura de la lectura tanto como en la de la escritura.
Las redes sociales son un motor particular para el cambio, sobre todo porque efectivamente ofrecen un espacio de conversación escrita. Dentro de ellas, las palabras escritas se esparcen a la velocidad del habla, junto con los peculiares enunciados binarios que la sociabilidad digital implica, como "ser amigo/dejar de ser amigo”, "seguir/dejar de seguir” –o "gustar".
Si, por ejemplo, hago un encuentro con mis seguidores de Twitter en la vida real, estoy haciendo un "Tweetup”. Si no puedo alejarme ni por un instante de Twitter, me convierto en un "Twitterhólico”, así mi fluida "Twittereza” sea difícil de entender por alguna gente en la "Twitterosfera”.
Y si usted cree que todas estas palabras no tienen valor, el Diccionario en Inglés de Oxford está en desacuerdo con usted.
Por supuesto que es más difícil en unos idiomas que en otros importar o inventar un vocabulario.
Un corrector caprichoso
Una de neologismos favoritos es el efecto de Cupertino -que describe lo que sucede cuando una computadora "corrige" automáticamente la ortografía de algo malo o incomprensible-.
El nombre del neologismo proviene de la costumbre de uno de los primeros programas de corrección ortográfica que "corregía" la palabra "cooperación" como "Cupertino", el nombre de la ciudad californiana en la que Apple tiene su sede.
Tal y como el Cupertino sugiere, el idioma en pantalla es a la vez una colaboración y una especie de combate entre el usuario y el medio.
Sólo el tiempo dirá lo que dura. Pero tanto para los nativos digitales como para los inmigrantes, hay mucho que celebrar en el flujo constante de nuestra lengua.
Si la historia de la lengua nos enseña algo, es que la lógica y la razón vienen después del evento con las palabras y que siempre decimos más de lo que teníamos planeado.