Cuando el aguilucho ha llegado a cierta edad y tiene condiciones para valerse por sí mismo, la madre saca del nido las plumas y las hierbas, de modo que solo quedan las espinas para que incomoden a la criatura.
El aguilucho ya no tiene confort, entonces las espinas le obligan a buscar una mejor casa.
Ahí entra el águila madre: desde determinado punto de altura lanza a su hijo y empieza a enseñarle a volar.
Lo arroja, el aguilucho extiende las alas, pero todavía no puede sostener el aleteo, el viento le gana, y empieza a caer.
La madre lo observa y desciende a su rescate; lo toma con las patas, nuevamente lo sube y repite la operación: lo vuelve a lanzar.
Y así, hasta que la criatura aprenda. Una vez que aprende ya está apto para emprender su propio rumbo.
Las águilas no apañan la dependencia.
Las águilas no mantienen a hijos ociosos, o vuelas o vuelas.
¡Para triunfar en la vida hay que tener características de águila!