Abuelas y madres argentinas recibirán de sus hijos este viernes más visitas de las acostumbradas. Es 29, día de ñoquis.
Y, como buenos italianos, los argentinos creen que nadie cocina mejor que la nonna o, en su defecto, la mamma.
Debajo del suculento plato de bollitos de papa y harina de trigo con, quizá, salsa de tomate las cocineras pondrán un billete. No muy alto ni muy bajo: 100 pesos, digamos, unos US$6.
Todo con la esperanza de un mes de más riqueza. Y menos pobreza.
Es difícil saber cuán extendida está, pero la costumbre se replica en Uruguay y Paraguay,ha pasado por el famoso show de entrevistas “Almorzando con Mirtha Legrand” y se celebra en restaurantes donde incluso premian al “ñoqui de oro”.
Pero esto no solo no es solo folclor culinario: “Ñoqui” también se le suele decir al empleado que no trabaja durante todo el mes, pero aparece el 29 y cobra lo que cree que le corresponde.
Es casi un insulto, usado mucho para los empleados públicos. Un sinónimo de “parásito” o, al menos, de “charlatán”. Y su uso es, según algunos, una forma de discriminación a los trabajadores.
Los ñoquis son unos de los platos principales en Argentina. Tanto que lo daban en las protestas por los despidos de los supuestos “ñoquis”, o empleados públicos fantasma.
Del cristianismo al nuevo mundo
Pero antes de entrar al truculento mundo de la política argentina contemporánea, vamos al siglo III.
Fue entonces cuando un estudioso llamado Pantaleón llegó a la península itálica desde la metrópolis de Nicomedia, hoy Turquía.
Dice la literatura que en el país europeo el filósofo y médico cristiano se encontró con una familia de campesinos a la que pidió refugio y comida y, tras las atenciones, prometió un año de buena pesca y cosecha.
La profecía, dice la historia, se cumplió. Y fue un día 29.
Desde entonces muchos italianos celebran ese día con un plato de comida austera pero llenadora, en busca de mejores pescas y cosechas para el mes siguiente.
Aunque en el siglo III la papa, un producto originario de América, no había llegado a Europa.
Ñoqui es en Argentina una palabra con mucho contenido histórico, cultural. Y político.
Fue más de un milenio después, hacia 1600, que una mala cosecha, una plaga y la subida del precio del trigo decretada por un señor feudal que los italianos empezaron a mezclar papa con harina en pequeñas bolitas que luego llamaron gnocchi (en italiano, “grumo”).
Pasaron dos siglos más para que miles de italianos, en medio de guerras y pobreza, vinieran al sur de América.
Argentina entonces era un país rico, pero en los últimos 30 años ha sufrido todo tipo de problemas económicos.
Y una alternativa culinaria de ingredientes baratos como los ñoquis para fin de mes –sobre todo si tiene contenido supersticioso– ha resultado económica, social y, veremos, políticamente apropiada.
A principios de 2016, Macri, recién asumió, ordenó el despido de miles de empleados públicos que consideraba “sobrecontratación”. La medida generó decenas de protestas.
Llenador pero poco nutritivo
Además de la gesticulación, parte de la culinaria o el amor por sus nonnas, los argentinos heredaron de los italianos el poder del verbo.
En pocos dialectos como el lunfardo, desarrollado en el Río de la Plata a fines del siglo XIX, hay tantos sinónimos del miembro masculino, tantas formas de insultar al prójimo y tantas maneras retóricas de convencer a alguien de algo objetivamente erróneo.
En ese mar de metáforas y composiciones está “ñoqui”, definida en el diccionario del neo-lunfardo como “aquel que cobra un sueldo fijo por un trabajo que no realiza ya que es un ‘acomodado’”.
Para muchos defensores de los trabajadores, “ñoqui” se suele usar como un estilo de insulto para los trabajadores de parte que la clase pudiente.
Hace un año, con la llegada de Mauricio Macri al poder, la palabra inundó los medios de comunicación. Los empleados fantasma fueron el argumento del mandatario para despedir, en medio de protestas (en las que regalaban ñoquis), a más de 100.000 empleados públicos.
El sustantivo sigue en los titulares, debido a que la campaña de Macri para depurar a uno de los Estados más robustos de América Latina continúa, generando elogios e insultos de lado y lado de “la grieta”.
Pero “ñoqui” no solo es el empleado vividor. También es el charlatán, que vive de la labia y nada más. Como el plato: llenador pero poco nutritivo.
En esa línea va El Ñoqui, un cuento del famoso humorista argentino Roberto Fontanarrosa cuyo protagonista es un personaje que interrumpe todos los relatos de sus contertulianos con historias mejores sobre los supuestos hermanos desconocidos de ídolos ya establecidos, como el cantante José Luis “el Puma” Rodríguez.
“Y te digo una cosa, el que cantaba bien, pero verdaderamente bien, que apuntaba para fenómeno, era el hermano del Puma, el Pumita”, dice El Ñoqui, mientras bracea y menea el torso. Como buen italiano.
Al final, uno de los presentes se enfurece, se para y le dice al Ñoqui: “¿Sabés lo que sos vos? Un charlatán. Un charlatán de feria, querido…”
A lo que el Ñoqui responde: “Si vos decís que yo soy un charlatán (…) vos tendrías que conocer a mi hermano… ¡Ese sí que es un charlatán! Vos tendrías que conocerlo”.