Dos tiroteos masivos en menos de 13 horas, 32 muertos y más de 50 heridos.
Estados Unidos se estremeció este fin de semana por un par de tragedias similares, pero que ocurrieron a 1.574 kilómetros de distancia.
Dos jóvenes, uno de 21 años y otro de 24, dispararon a mansalva contra decenas de personas inocentes; uno, en una tienda de Walmart en Texas, el otro, en una zona de bares en Ohio.
En la balacera de El Paso, sumando los dos fallecidos confirmados el lunes, son al menos 22 personas los muertos en lo que las autoridades investigan como un caso de “terrorismo doméstico”.
Mientras, en Dayton, otras 10 perdieron la vida -entre ellos el atacante y su hermana- en un suceso del que las autoridades este lunes seguían sin explicar las motivaciones.
Según el sitio web de rastreo de tiroteos en EE.UU. Gun Violence Archive, estas fueron las balaceras número 250 y 251 que se reportaron en el país en los 215 días que han transcurrido de 2019.
Los ataques tuvieron lugar menos de una semana después de que un adolescente armado mató a tres personas en un festival de comida de California.
Pero el primer tiroteo de este sábado fue considerado el octavo más mortal en la historia moderna de Estados Unidos.
Y, como cada vez que ocurre este tipo de incidentes, muchos se preguntan si estas tragedias finalmente cambiarán algo.
En marzo pasado, Nueva Zelanda restringió la venta de armas de fuego tras la masacre de Christchurch, como antes pasó en Reino Unido tras el tiroteo en Dunblane o en Australia después de Port Arthur.
En Estados Unidos, sin embargo, hay cierta resignación a que algo similar pase cada vez que un nuevo incidente de este tipo aparece en los titulares.
De hecho, nada cambió después del tiroteo en la escuela Sandy Hook, en el pueblo de Newtown, Connecticut, en 2012, cuando murieron 26 personas, incluidos 20 niños pequeños.
Sin embargo, la doble tragedia de El Paso y Dayton ocurre en un momento peculiar y los contextos no son los mismos que hace siete años.
Esto es lo que cree Anthony Zurcher, analista de Estados Unidos de la BBC.
El propio presidente Donald Trump llamó este lunes desde su cuenta de Twitter a republicanos y demócratas a unirse y sacar adelante una legislación de verificación de antecedentes que quizá podría “unirse a una reforma migratoria que se necesita desesperadamente”.
“Debemos sacar algo bueno de estos dos trágicos eventos”, agregó el mandatario.
Violencia nacionalista blanca
Los recientes tiroteos masivos en EE.UU. se han atribuido a una variedad de causas: jóvenes descontentos (Parkland y Santa Fe), enfermedades mentales (Annapolis), conflictos laborales (Virginia Beach) y desacuerdos familiares (Sutherland Springs).
El incidente más mortal de este tipo en la historia moderna de ese país, ocurrido en 2017 en un concierto de música en Las Vegas que se cobró 58 vidas, todavía no tiene un motivo claro.
Ahora, toda evidencia indica que el tiroteo en El Paso fue un acto político calculado, extraído de la retórica nacionalista blanca que se ha vuelto cada vez más prominente en la política moderna del país.
Testimonio del tiroteo de Las Vegas que dejó más de 58 muertos
De esa manera, es más parecido al tiroteo en la sinagoga de Pittsburgh en octubre pasado, que provocó discusiones sobre el aumento del antisemitismo en EE.UU., o la violencia de 2017 en Charlottesville, que sirvió como una muestra discordante de la fuerza del moderno movimiento supremacista blanco.
Aunque el presunto pistolero, Patrick Crusius, aún no se ha vinculado de manera concluyente al manifiesto racista publicado en internet poco antes de los ataques, los hechos y la misma policía apuntan a esa dirección.
No lanzó este ataque en su ciudad natal. Condujo al menos nueve horas, desde el norte de Texas hasta kilómetros de la frontera entre Estados Unidos y México, y abrió fuego en una zona comercial frecuentada por hispanos.
La policía indicó que están tratando el caso como un episodio de “terrorismo doméstico”.
Eso coloca a este incidente en el centro del debate en curso sobre inmigración, seguridad fronteriza e identidad nacional.
Los estadounidenses en el pasado se han preguntado cómo los hombres jóvenes podrían sentirse atraídos por la violencia política contra inocentes en otras partes del mundo.
Ahora están viendo de primera mano que también puede suceder en su país de origen.
La naturaleza del ataque podría provocar un replanteamiento de la amenaza interna presentada por los nacionalistas blancos militantes y las formas de detenerla, incluidas las nuevas medidas de control de armas.
Los demócratas se han apresurado a hacer señalamientos, pero también hay voces a la derecha que han aceptado las advertencias.
El senador Ted Cruz, de Texas, quien se postuló como aspirante republicano a la presidencia contra Trump en 2016, denunció el “fanatismo antihispánico” del atacante y calificó la violencia como un “acto atroz de terrorismo y supremacía blanca”.
El Comisionado de Tierras de Texas, George P. Bush, hijo del candidato presidencial republicano de 2016 Jeb Bush, emitió un comunicado diciendo que los “terroristas blancos” son una “amenaza real y actual”.
Si crece un consenso de que existe una amenaza, la pregunta se convierte en cómo abordarla.
Elecciones a la vista
Los demócratas no han tardado en señalar a Donald Trump y otros republicanos por emplear el tipo de retórica que podría haber inspirado a un nacionalista blanco a matar.
El presidente ha calificado repetidamente a los inmigrantes indocumentados como “una invasión”, y dijo que la emigración europea está cambiando el “tejido de Europa” y no “de una manera positiva”.
En un mitin en Florida en mayo, un miembro de la multitud gritó “¡Dispárales!” cuando el presidente se preguntó cómo podrían detener la inmigración indocumentada.
Trump respondió al comentario con una broma.
Hace poco más de un mes, el senador por Texas John Cornyn tuiteó que el año pasado Texas estaba ganando “casi nueve residentes hispanos por cada residente blanco adicional”.
Las críticas a la respuesta republicana, o la falta de respuesta, a los tiroteos masivos no son inusuales, por supuesto.
La diferencia esta vez es que la crítica está siendo amplificada por la competencia primaria presidencial demócrata.
Más de 20 candidatos tienen un incentivo para diferenciarse del grupo con llamados agresivos para nuevas medidas de control de armas y condena de lo que ven como una retórica racista incendiaria.
Uno de los aspirantes demócratas, Beto O’Rourke, nativo de El Paso, señaló al presidente por el ataque.
El alcalde de South Bend, el también precandidato demócrata Pete Buttigieg, asoció lo sucedido a una ideología del “terrorismo nacionalista blanco” que “está siendo tolerada en los niveles más altos de nuestro gobierno”.
Casi todos los candidatos salieron con un nuevo llamado al control de armas como respuesta.
Así lo hizo el senador de Nueva Jersey Cory Booker, quien propuso un programa nacional de licencias de armas y denunció que las soluciones están siendo bloqueadas por “políticos y personas sin escrúpulos que están haciendo una oferta del lobby corporativo de armas”.
En los debates demócratas de la semana pasada en Detroit, el tema solo fue tratado brevemente. Sin embargo, la atención pública, agudizada por los tiroteos, así como por la vinculación directa que los candidatos están haciendo con el presidente, asegura que, al menos en el corto plazo, habrá voces prominentes que llamen a la acción.
Un paso más cerca en el Congreso
En los días posteriores al tiroteo en la escuela de Newtown en 2012, el Congreso intentó promulgar verificaciones de antecedentes universales en todas las compras de armas, incluidas las transacciones privadas.
A pesar del apoyo bipartidista en el Senado de Estados Unidos, una minoría bloqueó la propuesta mediante un procedimiento parlamentario.
La legislación nunca fue considerada por la Cámara de Representantes, entonces controlada por los republicanos.
La dinámica, en al menos un ala del Congreso, es diferente hoy.
Cuando los demócratas se hicieron cargo de la Cámara en enero de este año, no les llevó mucho tiempo aprobar una legislación similar al proyecto de ley de Newtown, marcando la primera vez en un cuarto de siglo que la Cámara baja del Congreso aprueba nuevas y amplias regulaciones sobre armas de fuego.
Después de los tiroteos de El Paso y Dayton, la presión ahora está en el Senado, controlado por los republicanos, para tomar la medida, algo que hasta ahora el líder de la mayoría, Mitch McConnell, se ha negado a hacer.
McConnell podría resistir la presión.
E incluso si se trata de una votación, los obstáculos parlamentarios que permiten que solo 41 republicanos bloqueen el paso permanecen.
Pero varios de los senadores que respaldaron el proyecto de ley bipartidista en 2013 todavía están en el cargo.
Y con la legislación actual de la Cámara sobre la mesa, el Senado, controlado por los republicanos, es el obstáculo final para evitar que un proyecto de ley llegue al escritorio del presidente, no el primero.
Una NRA debilitada
En 2012, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) estaba cerca del apogeo de su poder e influencia en la política estadounidense.
Luego de décadas de campaña, el grupo, que representa a millones de propietarios y fabricantes de armas, convirtió los derechos de portar armas para muchos estadounidenses en un símbolo del país.
Muchos demócratas vieron la regulación de armas de fuego como un veneno en las urnas, culpando al tema por la estrecha derrota presidencial de Al Gore en el 2000.
Un candidato con una valoración negativa de la NRA tenía una oposición de base en muchas partes de Estados Unidos.
Incluso después de la masacre de Newtown, la tendencia en la legislación sobre armas de fuego en muchas partes del país fue hacia mayores libertades, como el derecho a portar armas ocultas.
Recientemente, sin embargo, la NRA ha caído en tiempos difíciles: sus ingresos cayeron en US$56 millones en 2017, debido a menores cuotas y contribuciones de membresía.
La organización ha sido acosada por una lucha interna de poder que se ha extendido a los tribunales civiles y ha sido objeto de investigaciones de corrupción criminal en Nueva York y Washington D.C.
Incluso su influencia electoral ha comenzado a opacarse.
Esta no es la misma Asociación que fue capaz de rechazar agresivamente la legislación de verificación de antecedentes incluso después del tiroteo en Newtown.
Todavía tiene mucho músculo político, por supuesto, pero las grietas en la base son visibles.
Qué se mantiene igual
Si todo lo anterior representa razones por las cuales esta vez la situación puede ser diferente, todavía hay muchas razones por las que podría ser igual.
Después del tiroteo de Parkland en 2018, Trump expresó cierto interés en respaldar la legislación de control de armas, llegando incluso a decir que estaba a favor de una verificación exhaustiva de antecedentes, a pesar de la oposición de la NRA.
Sin embargo, después de reunirse con los líderes de la NRA, el presidente retiró rápidamente esos comentarios y luego dijo a la convención anual del grupo que los derechos sobre las armas de la Segunda Enmienda estaban “bajo asedio”, pero que siempre los defendería como presidente.
Aunque Trump tuiteó una condena del tiroteo en El Paso como un “acto de odio”, se verá presionado a ir más lejos al condenar la violencia nacionalista blanca.
El hecho de que los demócratas lo estén acusando de contribuir a la retórica que alienta tal derramamiento de sangre podría hacer que el presidente no esté dispuesto a tomar medidas más concretas.
Haciéndolo estaría admitiendo tácitamente responsabilidad o culpa, algo sobre lo que Trump ha demostrado ser reacio.
Si ese es el caso, esto podría terminar siendo una repetición de la respuesta del presidente a los enfrentamientos de Charlottesville en 2017 entre supremacistas blancos y manifestantes, en los que sus primeras condenas a los simpatizantes nazis fueron seguidas por una polémica conferencia de prensa donde culpó a “ambos lados”.
Cuantos más candidatos demócratas como O’Rourke critiquen al presidente, más probable es que se aviven aún más las llamas. Tal ambiente difícilmente conduce a soluciones bipartidistas en el Congreso.
Fuente: www.bbc.com