Durante un período de mi vida, me decía una y mil veces: ¿ Por qué me ha «tocado» esta cruz tan pesada, esta cruz que dobla mi espalda, que hace que duela mi cuerpo, que impide casi que siga adelante…? pedía y pedía una respuesta, pero jamás la obtenía…
Entonces, en una noche de tantas, me dispuse a hablar con Dios, me encontraba hasta un tanto enfadada, y fijé mi mirada hacia el firmamento en el que titilaban un millar de estrellas hermosas y relucientes, y dije con voz casi delirante:
– «Padre Mío, esta cruz es demasiado pesada, siento que ya no puedo más, mi cuerpo me duele, la angustia me carcome, la desesperación me invade, siento frío que no puede ser cubierto con ningún abrigo, no concilio el sueño y las veces que logro ser feliz, de nuevo aparece en mi mente el peso del problema que consume mi existir».
Dios, en su misericordia infinita, trataba de explicarme, de hacerme ver cuan equivocada estaba y conforme Él me hablaba, algo raro sucedía en mí. Sentía que mi cruz se hacia cada vez un poco menos pesada…
Nuestro Padre me hizo ver imágenes de la vida cotidiana de mucha gente alrededor del mundo:
Observé a la ama de casa que se esmera en atender a su casa y sus hijos para esperar al marido que llega borracho y la golpea. Vi a una madre que en el hospital sufre por que su hijo muere poco a poco de cáncer y no puede hacer nada más porque ya se hizo todo lo humanamente posible. Observé a un padre a quien le secuestraron a su pequeña, quien es todo en su vida, y pese a haber pagado un rescate, los plagiarios no la devolvieron, y sólo la poca esperanza que le queda para encontrarla es lo que lo impulsa seguir hacia adelante. Observé a una mujer que tuvo 8 hijos y cómo con amor y esmero los cuidó durante años y al llegar a su vejez ni uno solo de ellos tuvo la humanidad de hacerse cargo de ella y abandonada en un asilo, sufre cada día la falta de cariño y ternura. Vi como unos padres enterraban a dos de sus hijos que habían fallecido en un accidente automovilístico y cómo su vida entera se caía a pedazos y su felicidad se iba junto con ellos…
Tantas historias tan tristes que no se comparaban para nada con lo que me sucedía… observé mis manos que hoy tenían más fuerza que nunca, hasta bellas y reluciente me parecían!!
Entonces Dios, dirigiéndose a mi, dijo:
– Ahora dime hija mía, ¿Cuánto pesa tu cruz?
– No pesa nada, fue mi respuesta.
Comprendí que pese a las cosas que pasaban en mi vida y que me quitaban mis ganas y mi energía, yo soy afortunada por tantas bendiciones que tengo y no veía!
Comprendí que primero, antes de quejarme o apesadumbrarme, tengo que contar las bendiciones que tengo a mi alrededor y no darle tanta importancia a trivialidades que desgastan mi mente y mi cuerpo.
Comprendí, que si me refugio en los brazos protectores de Nuestro Padre Dios y me pongo bajo su amparo, cualquier problema que me suceda, por difícil que parezca, se solucionará conforme a sus designios y que si no pasa como a mi me gustaría, es porque Él tiene mejores planes para mí…
Comprendí que cuando Él retira algo «bueno» de mi camino, es porque Él hará llegar hasta mí, de una u otra forma, cosas mejores.
Gracias Dios Mío, por todo y por tanto!!!
Y tu cruz, ¿qué tan pesada es?
Desconozco el autor