“Una bella ancianidad es ordinariamente la recompensa de una vida bella” Pitágoras.
Hace poco escuché una frase que me pareció sencilla, original e interesante para analizar. Se la escuché a una de mis hermanas, desconozco su autoría. “No te aferres a la viejas fotografías porque ellas ya no te pertenecen”. Reaccioné ante la frase con esta pregunta: ¿Cómo que no te pertenecen? Claro que sí, desde un punto de vista material y tangible, son de la persona que aparece en ellas y que suelen exhibirlas en algún lugar de la casa o conservarlas en algun álbum, porta retrato o en un baúl de recuerdos.
Analizando el sentido de la frase, desde un punto de vista muy general, las fotos representan y guardan parte de nuestro pasado.
Sin embargo, en el sentido estricto y específico de la misma, se entiende que se refiere a las fotos personales, fotos tomadas a lo largo de la vida, durante la juventud, de las mejores épocas y años vividos. Cabe destacar que se trata de un tema un tanto álgido, puesto que está íntimamente vinculado a la parte emocional del ser humano, cuando al mirar las fotos de su juventud, emerge un caudal de sentimientos encontrados, evocando recuerdos, situaciones, momentos, personas, fechas, etc. En este sentido lo que hay que aceptar es que aquel o aquella, que aparece en las fotos YA NO ERES TÚ en el aquí y en el ahora.
¿Cómo qué no? Sí soy yo, estoy aquí, me estoy viendo; pero he ahí el detalle no busques a quien ya no eres, no te aferres a esa imagen que alguna vez fuiste.
Ahora bien, cada persona, a mi modo de ver, lo asume, asumió o asumirá de manera diferente. ¿Por qué las viejas fotografías ya no nos pertenecen? Porque la mente del ser humano es una caja de sorpresas, en la que juegan un papel importante y significativo el consciente y el inconsciente, pues uno puede sumergirse en un viaje de retrospección y/o introspección, en el que se enfrenta con su “yo pasado” y con su “yo presente”. Aferrarse a viejas fotografías es negarse a aceptar la realidad, a aceptar quien eres hoy. No se debe permitir que las viejas fotografías nos causen infelicidad, tristeza y frustración, pues ellas forman parte de un pasaje de la vida de cada uno.
No se trata de hacer comparaciones, ni de olvidar, sino de asumir etapas y no permitir que interfieran o hagan daño al punto de convertirse en apego o anhelo de lo que fue pero que ya no es ni será. Las viejas fotografías deberían hacerte sentir pleno, satisfecho y agradecido por lo vivido, por la oportunidad de seguir vivo, sin importar la edad, las canas, las arrugas.
La vida es un constante ir y venir de vivencias, experiencias, relaciones sentimentales (infancia, familia, parejas, amigos, lugares). Pero las viejas fotografías son sólo imágenes que aunque usualmente, evocan bonitos recuerdos es mejor no aferrarse a ellas para evitar que se conviertan en una carga pesada que impidan avanzar, disfrutar, ser feliz y aceptarse en el hoy.
¿Nos aferramos a imágenes pasadas por miedo a aceptar nuestros cambios físicos a través del tiempo? Pues para nuestra fortuna o no, nada es permanente ni eterno, todo fluye, cambia y se transforma. Sin embargo, como dijo John Knitel: “Se es viejo sólo cuando se tiene más alegría por el pasado que por el futuro”.