Como todas las mañanas desde hace ya 6 años, me despertó mi madre ésta mañana para ir a la escuela, había pasado mala noche, con pesadillas sobre monstruos, y me costaba trabajo levantarme. A los 10 minutos mi madre volvió a despertarme ésta vez con más premura, se me estaba haciendo tarde, me levanté como un bólido, apenas si me lavé la cara, me zampé el desayuno en un abrir y cerrar de ojos y ahí estaba mi mamá diciéndome -que comas despacio, que te vas a ahogar-.
Con las prisas del momento le contesté de mala manera:
– Sí ¡ya lo sé!, no empieces a regañarme.
Aún tuve que soportar las preguntas de rigor:
– ¿Llevas el almuerzo, te cepillaste los dientes, tienes listos los libros…?
Yo aún más impaciente le contestaba levantando un poco la voz:
– ¡Que te dije que sí!
Ella sonrió suavemente y me dijo:
– Anda, dale un beso a tu madre y ve con cuidado a la escuela.
Alce los hombros con fastidio y le dije medio enfadado:
– ¡Mamá, que ya es muy tarde no tengo tiempo para eso!
– Está bien hijo, ve de prisa, que Dios te proteja.
Aún retumban mis propias palabras en mi oído: “No tengo tiempo para eso…”
Con las prisas y el enfado me pasó por alto un leve destello de tristeza en su mirada, mientras iba corriendo hacia la escuela estuve a punto de regresarme a darle el beso a mi madre, sentía un nudo en el corazón, pero mis compañeros comenzaron a llamarme y fui hacia ellos, ¿con qué excusa regresaría?, ¿que iba a darle un beso a mi mamá? se hubiesen reído de mí.
De todas formas al regresar a casa después de las clases vería a mi madre en la puerta de mi casa esperándome como siempre, temerosa de que me suceda algo, impaciente si tardo unos minutos ya que me he entretenido con los amigos.
El día se me pasó volando -rápido- en la escuela, entre clase y clase, juegos y almuerzo, y se me había olvidado el incidente de la mañana, sin embargo esta vez, apenas sonó el timbre salí corriendo a mi casa sin entretenerme, desde la esquina esperaba divisar la figura de mi madre en la puerta, pero no había nadie esta vez.Supuse que estaría adentro entretenida con algo pero extrañé de momento su presencia tan segura.
Antes de tocar el timbre salió a la puerta mi padre, ¡¿Pero era mi padre?!, aquel hombre era mucho más mayor de lo que siempre me había parecido, los hombros caídos, los ojos hinchados y un profundo halo de tristeza lo rodeaba. Mi corazón empezó a latir alocadamente presintiendo algo, apenas me salió la voz para decir: ¿Qué pasa papá, mamá está bien? En un suspiro me contestó: “Tu madre sufrió un ataque al corazón ésta mañana, su muerte fue instantánea, nadie se enteró hasta que vinieron a visitarla y la encontraron ahí tendida en el pasillo, fue muy rápido hijo, se fue nuestro ángel….” Un sollozo salió de su garganta y no pudo continuar hablando.
¿Mi mamá, mi mamá?, la que todas las mañanas me despierta, la que por las noches reza conmigo, me arropa y me da un beso de buenas noches, mi madre, a la que esta mañana contesté de mal modo, a la que no le di el beso de despedida, ¿mi mamá?.
Dios, perdóname, dile que me perdone, aún soy un niño pretendiendo ser un hombre, dile, por favor, que ella es lo que más quiero en esta vida, que sus abrazos me han dado seguridad siempre, y es ahí donde me he sentido más protegido, dile que su suave sonrisa me acompañará toda la vida, y que prometo valorar a las personas que comparten conmigo mi existencia, no malhumorarme con ellas sin ningún motivo, y que les daré mil besos, día a día, por todos los que no pude darle a ella, a mis hijos, sus nietos. Cuídala por mí, mi Dios, que ella es muy buena, y dile por favor, Dios mió, que cuando me toque la hora de partir de este mundo venga a mi lecho y me arrope como siempre lo hizo.
Disfruten no sólo de este día, sino todos los días de su vida…. Nunca sabremos hasta cuando tendremos la dicha de su presencia mortal. Y si ya no está con nosotros, no te preocupes; una madre es muy necia y nunca te dejará solo.