La República de Kiribati es uno de los lugares más densamente poblados del planeta.
Quizás sea más conocida porque es muy probable que este archipiélago del Océano Pacífico desaparezca a causa del cambio climático.
La mayoría de los habitantes de su isla principal, South Tarawa, depende del mar para vivir.
Pero el océano es también la mayor amenaza para su futuro: ninguna parte de esta isla se alza a más de 2 metros sobre el nivel del mar, razón por la que el agua creciente puede ser devastadora.
Sin embargo, ese no es el único desafío que esta nación debe enfrentar.
Kiribati se extiende por 3,5 millones de km2 en el océano y consiste en varias islas desperdigadas en un territorio similar a India en tamaño, pero la mayor parte de su población se concentra en South Tarawa.
Esta pequeña franja de tierra es el hogar de alrededor de 50.000 personas: está repleta, con una densidad similar a la de Tokio o de Hong Kong.
"Tenemos un clima relativamente estable por ahora, pero un cambio de los patrones climáticos que nos empuje hacia el cinturón de huracanes, eso podría borrarnos del mapa", le dijo Anote Tong, presidente de Kiribati, a la BBC.
Tong está haciendo campaña ante la comunidad internacional para poder financiar el desarrollo permita a Kiribati resistir al cambio climático y trasladar su población a otra parte en el caso de que el mar devore las islas.
Sin embargo, mientras los efectos del cambio climático aún pueden parecer distantes, el impacto de tanta gente concentrada en un espacio tan pequeño es inmediato.
Los problemas clave son los que enfrentan varios países en vías de desarrollo: el abastecimiento de alimentos suficientes, agua e instalaciones sanitarias.
Aunque aquí llueve con predecible regularidad, los tanques necesarios para recolectar el agua de lluvia son escasos.
Gran parte de los habitantes depende de acuíferos subterráneos, una serie de canales naturales horizontales que se llenan con agua de lluvia.
Están ubicados bajo la parte más ancha de la isla en Bonriki, alrededor del aeropuerto.
Dos proyectos científicos buscan ahora formas de proteger este valioso almacenamiento de agua.
"Pusimos 15 instrumentos oceanográficos alrededor del arrecife para entender mejor la transformación de las olas, midiendo su altura, la fuerza de la corriente, el nivel de agua", dice Herve Damlamian, de la división de geociencia del Secretariado de la Comunidad del Pacífico (SPC, por sus siglas en inglés).
Los residentes dicen que el agua potable tiene un sabor cada vez más salado. El proyecto de Damlamian busca evaluar el riesgo de inundación de Bonriki: si una marea especialmente alta cubre la isla, con olas rompiendo de un lado a otro, esto puede llenar el sistema subterráneo de agua marina no potable.
En la misma reserva, Peter Sinclair, asesor de recursos acuáticos de SPC, dirige un equipo que mide la calidad del agua potable subterránea.
"Si el agua del mar llega por encima, tendría un efecto inmediato catastrófico y causaría salinización por un tiempo de entre 15 meses a dos años. Esto haría que el agua fuera imbebible", explica Sinclair.
Sin embargo, la presión demográfica es otro punto en esta discusión, explica el experto.
"Mientras haya lluvias, el sistema se llenará, pero la presión demográfica invade la reserva u también afecta el contenido de bacterias del agua: tenemos contaminación desde viviendas, agricultura, de gente que cría cerdos, de prácticas sanitarias", le dice Sinclair a la BBC.
"En otras partes, el agua está muy contaminada, especialmente donde la gente vive encima de las paredes (de los canales subterráneos)".
Cerca de los centros más poblados de las islas las playas están cubiertas por todo tipo de desechos, desde basura a excrementos.
"Cuando sube la marea, parece un paraíso. Cuando la marea se retira, puedes ver la degradación horrible causada por los humanos", dice Cliff Julerat, ingeniero del ministerio de obras de Kiribati.
Una forma de lidiar con el problema creado por la población en aumento puede ser volver a un estilo de vida más tradicional, sugiere Tabao Awaerika, secretario del presidente.
"Es como dar un paso atrás en nuestra historia, pero es muy difícil hacer eso", explica.
"Tuvimos esta idea de que la gente comiera babai, que es una planta local como el taro, pero hacen falta alrededor de cuatro horas para cocinarla. El fruto del árbol del pan toma como una hora. El arroz es más fácil de cocinar, más rico y más barato".
"Necesitamos un cambio total de mentalidad. Y estimular la actividad sostenible en las islas exteriores para que no tengan que venir a Tarawa", dice Awaerika a la BBC.
Sin embargo, convencer a la gente de que no venga hasta aquí puede ser difícil.
Artan Rajit, vicealcalde de la cercana Abaiang –una isla más verde y espaciosa con una población de menos de 10.000 habitantes– lo explica de forma clara: "Queremos tener lo que tienen en Tarawa".
Para la gente que lleva un estilo de vida cercano a la mera subsistencia en las islas exteriores de Kiribati, un ambiente saturado y contaminado no parece un precio demasiado alto a cambio de la actividad en South Tarawa, con sus tiendas, sus centros médicos y el acceso a alimentos importados, como carne en lata y arroz.
A pesar de sus calles llenas de pozos y sus decrépitos vehículos, también existe aquí la posibilidad de tener un trabajo remunerado. Aunque sólo alrededor del 20% de la población está empleada a tiempo completo.