Es una escena recurrente en las películas de Hollywood: la protagonista deprimida o angustiada comiendo de madrugada un gigantesco bote de helado frente al televisor.
Muchos recurrimos a la comida como vía de escape ante una situación de estrés emocional, lo que en inglés llaman emotional eating.
Pero, ¿cuándo es un problema?
Según los especialistas, si eso se hace con regularidad, detrás de ese hábito puede haber una relación poco saludable con la comida, cuyo origen no está en los genes sino que se establece en la infancia temprana.
Esa es la principal hipótesis de un estudio de la University College de Londres, que concluyó que el ambiente familiar es la principal causa del desarrollo de ese “apetito emocional”.
Aprendido, no heredado
La investigación, publicada en la revista especializada Pediatric Obesity, sugiere que el comportamiento parental está detrás de algunos de estos comportamientos aprendidos.
Entre las prácticas que pueden ser contraproducentes está la de consolar a un niño disgustado dándole su comida o dulce favorito o comer habitualmente en un ambiente de estrés en la mesa, según los autores del estudio.
Los autores de este informe analizaron la relación entre las emociones y el comportamiento alimentario de casi 400 gemelos y mellizos británicos y comprobaron que el ambiente cuenta más que la herencia genética, ya que no había diferencias entre hermanos.
Establecer en la infancia temprana una relación positiva con la comida es clave para la edad adulta.
Recurrir a la comida como una vía de escape “indica que hay una relación poro saludable con la comida”, dice la investigadora que lideró el estudio, la doctora Clare Llewellyn.
Algunos padres, “en lugar de encontrar estrategias más positivas para regular sus emociones, utilizan la comida”, señaló.
“Una tendencia a querer comer más en respuesta a emociones negativas podría ser un factor de riesgo para el desarrollo de la obesidad”.
Por otro lado, “el comer de más o de menos por motivos emocionales podría jugar un papel potencialmente importante en el desarrollo de trastornos alimentarios como la anorexia nerviosa o la bulimia”.
Según los expertos, entender cómo se desarrollan estas tendencias es crucial para desarrollar estrategias de prevención.
“Una característica persistente”
Investigaciones anteriores sugerían que ciertos comportamientos alimentarios en la infancia temprana estaban fuertemente influenciados por la herencia genética.
Entre ellos están la velocidad a la que se come, cuánto tiempo tardas en sentirte lleno y la voluntad de comer por puro placer.
El estudio analizó a casi 400 gemelos y mellizos británicos y halló que el ambiente cuenta más que la herencia genética.
Sin embargo, según el equipo de Llewellyn, la tendencia a utilizar la comida como vía de escape emocional se empieza a desarrollar en los años preescolares, que son muy importantes para la formación de la persona.
Eso “indica que hay espacio para darle a los padres consejos más directos sobre las estrategias que pueden utilizar para ayudar a sus niños cuando están disgustados durante esa infancia temprana tan importante, cuando se empiezan a desarrollar patrones de comportamiento”, dijo la doctora.
Su equipo cree que el llamado “apetito emocional” es “una característica persistente” que podría mantenerse a lo largo de toda la vida.
Cultura familiar
A pesar de que no tiene un origen genético, el patrón de usar la comida como consuelo, como premio o para controlar el comportamiento de los más pequeños, puede persistir en las familias y pasar de una generación a otra.
Sin embargo, la organización británica de apoyo a familias de pacientes con trastornos alimentarios Beat dice que no hay que culpar a los padres por los trastornos de alimentación de sus hijos.
“Los trastornos de la alimentación son enfermedades mentales complejas y nunca tienen una sola causa”, le dijo su portavoz a la BBC.
Según la organización, algunas personas sí tienen una predisposición genética que los hace más vulnerables ante los trastornos alimentarios, y para estas personas ” el estrés o un disgusto emocional puede ser un desencadenante”.
“El consejo para los padres es que traten de no usar la comida como consuelo”, recomienda la doctora Llewellyn.
Entonces, ¿qué estrategias se pueden seguir?
“Depende de la edad del niño”, apunta la especialista, y sugiere: “sentarse con ellos y hablar abiertamente sobre cómo se sienten o, si son más pequeños, darles cariño”.
¿Y qué pueden hacer los adultos que sufren de “apetito emocional”?
Según información del sistema británico de Salud Pública (NHS por sus siglas en inglés), el hábito, si bien común, se puede volver un problema cuando se convierte en algo que pasa regularmente, ya que puede causar sobrepeso y malestar por comer demasiado.
Lo importante, recomiendan, es “reconocer y separar las emociones de lo que comes”.
Darse un atracón de media noche es un clásico… ¿cuándo es un problema?
Y para eso sugieren escribir un diario en el que dejar registrado lo que comes y cómo te sientes en ese momento.
También sugieren plantearse preguntas como:
¿De verdad tengo hambre o solo quiero cambiar cómo me siento?
¿Qué emociones te están llevando a comer más de lo que necesitas?
¿Hay desencadenantes recurrentes?
¿Cuándo emergen las emociones que te resultan problemáticas? Por ejemplo, ¿comes solo o por la noche porque te da vergüenza hacerlo en público por la cantidad desmesurada que ingieres?
¿Cómo te sientes después de haber cedido a ese impulso?
¿Qué te hace sentir más fuerte o más débil?
¿Cuánto tiempo hace que tienes estos sentimientos?
Hacerse estas preguntas puede ayudar a identificar emociones conflictivas, controlarlas, evitar desencadenantes y adoptar hábitos más saludables.