Desde el aire, las lomas de Silver Lake, salpicadas con bungalows, se deben ver como una versión frondosa del juego de mesa Escaleras y Serpientes.
Los caminos suben y surcan las laderas, conectados por decenas de vertiginosas escaleras de piedra.
Se trata de las históricas Escaleras de Los Ángeles, escondidas y desconocidas para la mayoría de los locales y turistas.
Las recorrí con Charles Fleming, un editor del diario LA Times que ha dedicado años a investigar y mapear las escaleras, un pasatiempo que empezó como una forma conveniente de hacer ejercicio.
Para él, son tesoros cívicos por los que los curiosos se pueden pasear y descubrir barrios poco familiares y joyas arquitectónicas: hogares históricos en los que vivieron actores o se escribieron célebres guiones.
¿Quién hizo desaparecer al tranvía?
Los Ángeles no fue siempre una ciudad de automóviles. Alguna vez tuvo uno de los sistemas de trasporte público más efectivos de Estados Unidos.
En los años 20, con la expansión de la ciudad, los urbanistas quisieron construir en las lomas. En esa época pocos podían darse el lujo de tener un auto así que los planificadores hicieron largas escaleras de piedra para conectar a los residentes de los empinados cerros a la red de tranvías que estaba abajo.
Cuando empezamos a caminar, le pregunté a Fleming por qué desapareció un sistema de transporte tan bueno. Me dijo que la película "¿Quién engañó a Roger Rabbit?" (1988) cuenta la historia muy bien: las compañías de petróleo, automóviles y llantas conspiraron para remplazar la red de tranvías con autopistas para buses y carros.
El concurrido pedazo del Boulevard Silver Lake por el que vamos caminando fue alguna vez una de las principales rutas de tranvías cruzada por encima por otra importante: Sunset Boulevard.
Escrito en la pared
Nos metimos por un callejón polvoroso. Ya en la década de los 70, este área se había deteriorado: no había mantenimiento para las escaleras, y se convirtieron en lugares clandestinos para actividades criminales. Muchas fueron clausuradas y se arruinaron.
En una cerca, Fleming me muestra un grafiti. "Esta es la primera señal de problemas", advierte, mientras explica que era la marca de una pandilla local. "La segunda es cuando uno ve una línea que la tacha, hecha por una pandilla rival; eso significa que hay una batalla territorial por el control del área".
Y, como anticipó, la primera escalera que encontramos está cerrada, lo que molesta a Fleming sobremanera. Las escaleras son caminos públicos pagados y mantenidos con dinero de los contribuyentes, y él opina que tienen que permanecer abiertas.
Los estudios de cine fueron los primeros en desarrollar el área, con la construcción de bungalows compactos para alojar a sus actores y técnicos. Tanto Charlie Chaplin como Walt Disney vivieron en ellos.
Los carpinteros de las películas construían escenarios durante la semana y casas en los fines de semana. Según Fleming, eso explica la mezcolanza arquitectónica que a menudo es ridiculizada: un castillo moro al lado de una villa española, vecina de una mansión de estilo Tudor; los carpinteros se inspiraban con lo que habían tenido que hacer para los estudios de lunes a viernes.
Una protagonista galardonada
Por suerte, nuestra segunda escalera no presentaba obstáculos.
En ella, en 1932, Laurel y Hardy -o El gordo y el flaco- intentaron sin éxito cargar un piano hasta la cima, en "La caja de música".
El filme ganó un Oscar.
Hoy en día hay edificaciones a cada lado pero todavía se reconoce su papel en la historia de la ciudad con una placa.
Ésta no fue la única escalera que apareció en la pantalla grande: en el cortometraje "Cada hielo un deshielo", filmado en 1941, los tres chiflados tratan de llevar un bloque de hielo a una casa que queda 147 escalones más arriba y cada vez que llegan, el bloque se ha derretido y lo único que queda es un cubo.
"A diferencia de las escaleras de 'La caja de música', el área que rodea esa escalera no ha cambiado mucho", dice Fleming.
El Tercer Reich en Estados Unidos
Subimos más gradas, con casas a cada lado a las que sólo se puede entrar desde las escaleras. Desde el cenit se puede ver claramente el Observatorio Griffith y el letrero que dice Hollywood.
Fleming ha encontrado más de 500 escaleras en la ciudad pero sólo la mitad son accesibles. La más larga es la del Rancho Murphy en el afluente barrio Pacific Palisades, dice, y agrega: "Es la única que era originalmente privada. Tiene 511 escalones y fue hecha por un grupo de simpatizantes de los nazis".
En los años 30 -según su propio diario, LA Times– un misterioso personaje llamado Herr Schmidt, que aseguraba tener poderes supernaturales, cautivó a los dueños del rancho, Winona y Norman Stephens. Los convenció para que invirtieran US$4 millones rn construir una utopía nazi autosostenible, en la que un pequeño grupo de seguidores comprometidos esperarían a que Alemania ganara la guerra para emerger victoriosos a establecer el Tercer Reich en EE.UU.
El complejo era imponente, con una planta eléctrica propia, tanques de agua y un sistema de irrigación instalado en las terrazas de la ladera para irrigar los cultivos y árboles que iban a mantener a los fieles nazis.
Naturalmente esto provocó la preocupación de las autoridades estadounidenses y en 1941, el día después del bombardeo en Pearl Harbor, agentes federales hicieron una redada. Schmidt fue arrestado, acusado de ser un espía, y la tierra eventualmente pasó a ser propiedad de los angelinos como un parque público.
Las ruinas del complejo hoy están cubiertas de grafitti.
La historia a sus pies
Le pregunto a Fleming si a los residentes locales les interesa la historia de su ciudad. "No", dice. "La mayoría no salen del ámbito privado: manejan su auto, van a la oficina, vuelven a su casa".
"Están aislados del espacio público porque no se les ha incitado a que se interesen. Cuando se les da permiso para mirar, se sorprenden de lo que siempre ha estado a la vuelta de la esquina".
Me pregunto cuánto ha contribuido la naturaleza temporal y la rotación rápida de la industria cinematográfica a esta actitud de dejadez frente al patrimonio de la ciudad.
"Creo que tiene algo que ver con eso", opina Fleming. "La gente no es consciente de que tiene una historia que destruir. Si parece haber una manera mejor de hacer algo, tumban todo lo que han construido en pos de lo nuevo".
Pero el mero hecho de que Fleming y yo estemos caminando por estos senderos, como muchos otros devotos de su libro y sus paseos, son un signo de esperanza para el patrimonio oculto de Los Ángeles.
Blogs y organizaciones como LA Conservancy están alentando a locales y turistas a aprender más acerca de la historia sobre la que caminan y, aunque por décadas Los Ángeles no ha tenido la reputación de ser una ciudad para caminar, se ha avanzado mucho en la restauración de un sistema de transporte público eficiente que reconecte la extensa ciudad.
La ruta del antiguo servicio de tranvía Pacific Electric, cerrado en 1953, está siendo resucitada con un metro ligero que volverá a llevar a los habitantes del centro hasta la playa.
Todos los círculos se completan, incluso el nuestro. Tras caminar una hora, volvimos a donde comenzamos, al pie de la colina, igual que el aporreado piano de El gordo y el flaco.