Mi papá siempre me decía que para ser feliz — realmente feliz — se necesitaban dos cosas: paz y disciplina. Me lo decía cuando me quedaba dormido hasta tarde los domingos, cuando me torcía alguna mentira, o cuando me veía demasiado preocupado y notaba que mi falta de paz, mi preocupación, era evidente. Él sabía que sufría cuando no estaba en paz.
No sé si haya sido una filosofía de vida heredada de mi abuelo, a quien no conocí, pero sé que cree fervientemente en ello. Sus contraseñas para entrar a jugar ajedrez en Yahoo Games eran siempre variaciones de «pazydisciplina», cuando se le pasaban las copas y salía el tema de la vida y sus circunstancias, él hablaba sobre la paz y la disciplina (entre otras cosas que por supuesto desentonarían aquí).
No sé si sea una verdad heredada de mi padre o si con el tiempo terminé por creerle, pero tardé poco en validar la posibilidad de que, la clave de la felicidad — o al menos el estado más cercano a la plenitud — pudiesen ser la paz y la disciplina. Hoy me permito desgranar estas ideas que mi papá jamás escribió sobre papel — él es todo números — pero que definitivamente ha logrado transmitir de forma inherente a la gente que quiere, la gente que lo quiso, a mis hermanos, y por supuesto, a mí.
Mi papá tiene, y no lo digo por ser mi papá, el corazón más grande y más noble que pudiese tener ningún hombre en este mundo, y lo digo sin afán de presumirlo por ser mi papá, pero es que consciente de ello, me resulta difícil no pensar que en tanta benevolencia no exista también un tanto de sabiduría.
Él decía:
La única forma en que puedes ser feliz es cuando estás en paz. Para lograr la paz necesitas disciplina. Cuando estás en paz es porque ya cumpliste con todas tus responsabilidades, cuando no debes, cuando no mientes y cuando no tienes que esconderte de nadie.
Cuando incurría en alguna falta, y terminábamos después del enojo y las lágrimas, en esas pláticas de la vida y que sin duda tuvieron un efecto — aunque quizá tardío, debo reconocerlo — en mí, insistía con su teoría, que para mí hoy es una hermosa ley de vida, que no podías ser feliz cuando mientes, porque el miedo a ser descubierto te quita la paz. Cuando debes (o quedas mal, fallas a tu palabra, o dañas a alguien, o robas) tampoco puedes ser feliz, porque esa deuda te robará la paz. Lo mismo cuando no te levantas temprano y faltas a la escuela, o al trabajo. Cuando no cumples con tus obligaciones y tus responsabilidades no puedes ser feliz, porque la idea de haber faltado te robará la paz. Solo después de haber cumplido con todo podrás estar en paz. Y para cumplir con todo necesitas disciplina.
Para mi padre que lejos está de cualquier modelo de escritor o filósofo, y que solo le importaba que nosotros, sus hijos, creyéramos en esa ley de vida, es poco importante la forma de expresarlo. Para él es poco importante darle una estructura o un sentido. Al final del día, mi papá me plantó la idea que hoy defiendo y que proclamo con la responsabilidad que conlleva la expresión escrita — heredada quizá de algún antepasado que no conocí — , que si bien no es de medalla, sí es responsable:
Lo más importante que hay en ti, es tu paz. No dejes que nada te quite la paz.
Quizá la felicidad empiece con la paz. Quizá la paz sea — a fin de cuentas — lo que hace posible esa fugacidad que trae consigo un momento feliz. Solo me queda darle gracias a mi papá por este regalo, y que soy responsable, en la medida que cabe, de compartirlo y procramarlo porque yo soy testigo de una vida hermosa.
Gracias Mariano, papá.
Autor: Mariano Morales Ramírez in Cuaderno de Reflexiones
Fuente: medium.com/cuaderno-de-reflexiones/para-ser-feliz-54623cbd6fff