Un escenario, un caño –tubo-, música y muchas, muchas mujeres. De pronto un hombre musculoso se acerca al caño, sube, baja, se cuelga, gira y hace flexiones dignas de un contorsionista profesional, dejando anonadadas –y encendidas- a las asistentes.
De pronto aparece otro. Y otro. Y otro más bailando en un rol que, hasta ahora, parecía reservado para las mujeres.
Son cuatro hombres de distintas edades, condiciones sociales e historias de vida. No sólo tienen en común su cuerpo ligerito de ropa, sino también sus historias, sus penas, sus alegrías.