Cómo quedé parapléjico durante unas vacaciones en una inmersión de buceo

Cómo quedé parapléjico durante unas vacaciones en una inmersión de buceo

La profunda inmersión, para cuatro instructores experimentados de buceo, había sido bien planificada. Pero a mitad de la sesión, algo pasó y se desencadenó una cadena de eventos catastróficos.

El cielo estaba azul sobre Chipre. Era uno de esos escasos días libres para los amigos Rich, Paul, Emily y Andy, y decidieron aprovechar el agua azul y cristalina para buscar nudibranquios, un tipo de babosas marinas.

Lanzaron un bote desde la orilla, lo anclaron y se sumergieron en el mar uno por uno, utilizando sus aletas para impulsarse hacia abajo en el agua más profunda y oscura.

Continuaron a una profundidad de 40 metros, diez metros más profundo de lo que los instructores llevarían a sus clientes.

Eran jóvenes y querían “superar los límites”, admite Rich Osborn, que entonces tenía 21 años. Pero tenían experiencia y estaban bien entrenados a ese nivel.

Como estudiante universitario de ingeniería, Rich Osborn pasaba sus vacaciones trabajando con una empresa de buceo a las afueras de Ayia Napa, en Chipre.
Lo inesperado

Cuando empezaron a explorar su entorno, dos miembros del grupo le señalaron a los demás, de manera inesperada, que sus tanques de aire se habían agotado.

Osborn se sintió “absolutamente sorprendido” con ese giro de la situación. Pero fueron entrenados para eventualidades así. No había necesidad de entrar en pánico.

Los buzos se comunicaban entre sí con señales con las manos y usaban pizarras y lápices submarinos para escribir notas y planear cómo iban a compartir los dos tanques de aire restantes, “respiración a respiración”, mientras ascendían a la superficie.

Los cuatro comenzaron a subir lentamente, pero a los 30 metros, un terror frío los recorrió.

Todos se habían quedado sin aire.

“Estábamos tratando frenéticamente de escribirnos cosas unos a otros, garabateando notas, pensamientos y planes. Desde allí sientes un poco de pánico, una mezcla de miedo a lo desconocido”.

El grupo tenía que decidir entre ahogarse o lanzarse a la superficie y correr el riesgo de sufrir los efectos de la descompresión.

“Hicimos una última inspiración de aire”, dice Osborn.

La vida en Chipre tenía un “ambiente relajado”. Osborn, estudiante universitario de ingeniería, pasaría sus vacaciones trabajando allí con una empresa de buceo.
Buzo desde niño
Osborn creció en Edimburgo. Era inquieto, practicaba ciclismo de montaña y senderismo. Empezó a bucear a los 14 años de edad, y para cuando tenía 18 años ya era un instructor calificado.

Como estudiante universitario de ingeniería, pasaría sus vacaciones trabajando con una empresa de buceo a las afueras de Ayia Napa, en Chipre.

Allí dio clases y llevó grupos de buceadores certificados a los naufragios y arrecifes locales.

“Tenía amigos allí. Era un estilo de vida bastante agradable, soleado todos los días”, dice.

La ciudad era como “una postal”, con playas fantásticas, acantilados dramáticos y un “ambiente relajado”. Él estaba “viviendo el sueño”. Todo cambió el 23 de agosto de 2009.

Aya Napa es un centro turístico en el extremo oriental de la costa sur de Chipre.
El último aliento
Cuando Osborn tomó su última bocanada de aire, sintió la boquilla apretada alrededor de su boca. Era una señal segura de que no quedaba nada en el tanque.

El grupo necesitaba ascender tan “rápido como fuera humanamente posible”, pero de forma controlada y lenta para minimizar el riesgo de sufrir la enfermedad por descompresión. Para ello, hay que exhalar de manera continua para no estirar los pulmones.

“Todo en tu cuerpo está gritando para llegar a la superficie y poder respirar”, dice.

“Es una batalla interna. Intentamos desacelerarla lo más que podíamos, pero algunos tuvieron miedo e intentaron subir un poco más rápido de lo que hubiéramos querido”.

Salieron a la superficie más rápido de lo planeado, desesperados por respirar. “Todo fue muy, muy rápido”, dice Osborn. “Pero supe al instante qué me había sucedido”.

Cuando salió a la superficie, su espalda comenzó a tensionarse, vomitó y perdió la coordinación.

“Con el cielo azul y el mar azul, estaba desorientado, dando vueltas e intentando recuperar el aliento”.

El grupo comenzó a nadar de regreso a la orilla, pero las piernas de Osborn se desaceleraron y, al final, quedaron inmóviles.

Otros buzos lo ayudaron a salir del agua y lo llevaron a la isla a una cámara hiperbárica o de recompresión. El tiempo era esencial, pero estaba a cuatro horas en automóvil.

“En ese momento, el daño ya estaba hecho”, dice Osborn.

La mejor manera de explicar la enfermedad por descomprensión es con el ejemplo de una bebida gaseosa: si se agita y se abre lentamente, las burbujas salen de manera segura. Si se abre rápido, las burbujas explotan de manera incontrolable. Eso buscan evitar las cámaras hiperbáricas.
Fue confinado en la cámara, que simulaba la presión que había sentido 30 metros bajo el agua. La presión se redujo con lentitud mientras se administraba oxígeno puro para volver a calibrar su cuerpo.

Bajo el agua, las burbujas se acumulan debido a la presión y el nitrógeno del aire que respiramos tiene dificultades para salir del cuerpo.

Si el buzo vuelve a la superficie demasiado rápido, la presión disminuye con rapidez, pero las burbujas no tienen tiempo para disiparse.

Cómo es la enfermedad por descompresión
Es como abrir una bebida gaseosa. Si se agita y se abre lentamente, las burbujas saldrán de manera segura. Si se abre rápido, las burbujas explotan de manera incontrolable.

Cuando esto sucede en el cuerpo, se bloquea el flujo sanguíneo, se estiran y desgarran los vasos sanguíneos y los nervios, y las burbujas quedan atrapadas en las articulaciones, como los codos. Las consecuencias varían desde picazón en la piel hasta parálisis o muerte.

Durante una semana, Osborn pasó seis horas al día en la cámara de recompresión para disolver las burbujas atrapadas, antes de volar a la Unidad Nacional de Lesiones de Espina Dorsal, en Glasgow, para realizar más pruebas y escaneos de resonancia magnética.

“Todos los doctores se juntaron, miraron la evidencia y me dijeron que no había ninguna posibilidad de volver a caminar”, dice.

“Las burbujas de nitrógeno quedaron atrapadas en mi columna vertebral, y cuando subí a la superficie se expandieron y aplastaron mi médula espinal”.

“Soy un parapléjico, lo que significa que todavía tengo el brazo en funcionamiento, pero la función de la pierna se ha ido y algunos órganos internos tienen un poco de parálisis”.
Los doctores le dijeron a Osborn que su lesión era del tipo “T4 incompleta”. El cuatro hace referencia a su cuarta vértebra, en la parte torácica de la columna vertebral, e “incompleta” quiere decir que conserva alguna función motora y sensorial: puede flexionar el tobillo derecho y sentir algo de sensibilidad.

“No puedo caminar en absoluto. Estoy en una silla de ruedas todo el tiempo”, dice. “Soy un parapléjico, lo que significa que todavía tengo el brazo en funcionamiento, pero la función de la pierna se ha ido y algunos órganos internos tienen un poco de parálisis”.

Alrededor de 40.000 personas están afectadas por una lesión de la médula espinal en el Reino Unido, que es una condición permanente.

“Esta es una nueva ‘normalidad’ y la abrazas. Tomas lo que te depara la vida y luego le das un giro positivo”, dice Osborn.

Él pasó un tiempo en una unidad de rehabilitación y admite que hubo “momentos en los que fue frustrante”.

“Una cosa parecía conducir a la otra y los días se tornaban horribles”, dice.

“Soy muy bueno en separar las cosas. Lo que hago es llorar para sacar esas cosas de mí, luego me duermo, me despierto al día siguiente, es un nuevo día y arrancas desde allí”.

La lesión que le cambió la vida no apartó a Osborn de las actividades al aire libre.
La nueva “normalidad”
De los cuatro buceadores que perdieron el aire aquel día, Paul y Emily no sufrieron efectos adversos, mientras que Andy tuvo problemas con uno de sus brazos y también pasó un tiempo en la cámara para reparar el daño.

Los cuatro permanecen en contacto y dicen que se formó un vínculo entre ellos por lo que pasaron.

Ahora saben que lo que sucedió fue “una desproporción entre lo que se planificó en términos de frecuencia respiratoria y lo que realmente sucedió en la inmersión”.

Fue impredecible.

La lesión que le cambió la vida no apartó a Osborn de las actividades al aire libre. De hecho, recurrió a ellas para reconstruir su fortaleza y ​​continuar su rehabilitación.

Practica natación, baloncesto y ciclismo para discapacitados. Doce meses después del accidente, volvió a bucear y ahora le enseña a otros buzos discapacitados.

A principios de este verano, ahora con 30 años, se enfrentó al Snowdon Push Challenge, donde los equipos escalan Snowdon, la montaña más alta de Gales, con un miembro del equipo en silla de ruedas.

El equipo de Osborn completó el desafío en poco más de siete horas y recaudó US$6.825 para Back Up, una organización benéfica contra lesiones espinales, y que fue la que le enseñó habilidades tales como abordar los bordillos de las aceras y las rampas.

Pero significaba más que eso.

“Obtuve ese sentimiento de logro y de ser, de nuevo, uno con los elementos”, dice.

Fuente: www.bbc.com

Radio Roja

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