Cierto día desperté con mucha flojera, renegando. Con trabajo me deshice de las cobijas, fui al baño con los pies y el alma a rastras, mientras maldecía el levantarme de la cama sin poder estar en ella todo el día. Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. La pereza me dominaba; por no meter el pan en el tostador, preferí comerlo frío y beber la leche directamente de la botella ¿Por qué trabajar? ¡Esto sí era una verdadera maldición!
Me conduje a la oficina en mi vehículo con asientos de piel y calefacción. Observé por el camino el pavimento humedecido por la lluvia, y seguí maldiciendo el tener que trabajar. El semáforo marcó el alto, de pronto, como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo parecido a un bulto. Por curiosidad abrí más mis somnolientos ojos y descubrí que aquéllo, era el cuerpo de un joven montado en un pequeño carro de madera.
Aquel hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo; sin embargo, con su mano izquierda conducía el pequeño vehículo, y manejaba con maestría un conjunto de pelotas con las que hacía malabares.
Las ventanillas de los autos se abrían para dar una moneda al malabarista, en cuyo pecho llevaba un pequeño letrero; en éste, cuando se acercó a mí pude leer:
“Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico”.
Con la mano izquierda señaló hacia la banqueta. Ahí pude ver a su hermano sentado en una silla de ruedas, que se encontraba colocada frente a un atril con un lienzo. Con la boca movía magistralmente un pincel, y daba forma a un hermoso paisaje. El malabarista, mientras recibía mi ayuda, notó el asombro en mi cara, por lo cual me dijo:
¡Verdad que mi hermano es un artista!. Por eso escribió esa frase sobre el respaldo de su silla. Entonces leí la frase; esta decía:
“Gracias Señor por los dones otorgados, contigo no nos falta nada”.
Recibí un fuerte golpe en mi interior, mientras el hombre-bulto se retiraba, y el semáforo apagaba el color rojo para encender el verde. Mi semáforo interior cambió desde aquel día. Nunca más se volvió a encender la señal de alto, que me paralizaba por la pereza. Siempre he tratado de mantener la luz verde, y realizar mis trabajos y actividades sin detenerme.
Aquel día descubrí ante aquellos jóvenes, que yo era un paralítico.
Es difícil comprender cómo Ben Francis, entonces un muchacho de 19 años, tuvo el tiempo o la energía para fundar su propia marca deportiva, Gymshark.
Muchos emprendedores jóvenes tienen que encontrar tiempo para trabajar en sus ideas al margen de una jornada laboral de ocho horas, y Francis no fue la excepción. En 2012, estudiaba en la universidad a tiempo completo y por la noche repartía pizzas.
“Me despertaba e iba a la universidad, terminaba pasado el mediodía y después trabajaba en Pizza Hut desde las 5 de la tarde hasta las 10”, recordó.
“Lo que hacía era responder correos sobre mi marca entre los repartos a domicilio. Después iba a casa y trabajaba en mi website y en el diseño de nuevos productos”, añadió.
Después de dos años agotadores, y con una facturación de su incipiente negocio cercana a los US$320.000, Francis dejó la universidad y su trabajo como repartidor de pizzas para enfocarse en su compañía.
Siete años más tarde, su marca de ropa deportiva tiene una facturación estimada en US$130 millones.
Una de las estrategias de Francis fue la de enviarle sus productos a personas consideradas “influencers” en las redes sociales.
Buscando una señal
Antes de que Francis comenzara con su negocio en 2012, ya sentía la “fiebre del emprendedor” en sus entrañas.
En su adolescencia había creado un sitio web para vender placas de vehículos.
Pero su verdadera vocación estaba en el ejercicio y el gimnasio. Antes de Gymshark, había creado dos aplicaciones para iPhones para medir niveles de ejercicio corporal. Una de ellas le había reportado ganancias por US$10.000.
Lo que siguió fue la marca: un negocio de venta de ropa deportiva para fanáticos del gimnasio.
“Iba al gimnasio y básicamente quería estar en la industria del fitness. Quería eso combinado con un portal de internet dedicado a la venta de productos para el gimnasio”, explicó Francis.
Pero su marca había comenzado por otra parte: con la venta de suplementos alimenticios para deportistas. Sin embargo, cuando vio que la rentabilidad de éstos era tan baja, decidió reorientar el rumbo.
La idea nació con una premisa sencilla: “Lo que vestía la gente en el gimnasio a mí no me gustaba”.
“”Recuerdo que una tarde estaba en el gimnasio y miré alrededor, sentí que nadie tenía la ropa que yo quería ponerme. Así que me dije ‘la voy a hacer yo mismo’”, anotó.
En el garaje
Entonces se puso a trabajar.
Lo primero fue buscar un capital semilla, que fue aportado por su hermano y sus amigos. Con ese dinero, Francis se compró una máquina de coser y una impresora y comenzó a producir camisetas en el garaje de sus padres.
“Mi abuela hacía cortinas, así que ella me enseñó a coser. Recuerdo que estaba pensando en 10 órdenes que teníamos y que hacer 12 o 15 productos me iba a llevar todo el día. Pero fue muy divertido”, dijo.
Siete años después de comenzar su aventura, Francis admite que, después del primer impulso de Gymshark hacia la ropa deportiva, la empresa no tenía un gran plan de expansión.
“Lo único cierto es que yo quería ponerme esa ropa para ir al gimnasio”, dijo el joven, que ahora tiene 26 años.
Entonces llegó la hora elegir las estrategias. Y una de ellas fue la de comenzar a producir camisetas sin manga, llamadas “esqueleto”, para adolescentes flacos y aún sin músculos para mostrar.
Uno de sus productos estrellas fueron camisetas “esqueletos” para adolescentes que querían convertirse en fisiculturistas y buscaban mostrar el trabajo que habían hecho en su cuerpo.
La mayoría de las que estaban en el mercado era para personas adultas que ya tenían un buen desarrollo de sus bíceps.
A la hora de establecer el precio, Francis acepta que no se hizo un estudio de mercado profundo. “Fue, literalmente, decir ‘¿cuánto pagarías por esto?’”, anotó.
“Y dijimos ‘pagaríamos US$25′”.
Crecimiento
Gymshark ahora tiene cerca de 1,2 millones de clientes y 215 empleados en sus oficinas en el centro de Reino Unido.
Pero, ¿cómo ha hecho para crecer tan rápido? Para hacer el relato corto, el asunto va por utilizar las redes sociales en su máxima expresión.
Más específicamente, Gymshark comenzó a enviar ropa gratis a usuarios clave en las redes: fisiculturistas prominentes y otros gurús del ejercicio, como Lex Griffin y Nikki Blackketter.
La idea es que estas estrellas de las redes hablaran bien de sus productos y, de esa manera, sus seguidores en YouTube e Instagram comenzaran a comprarlos.
La idea funcionó mejor de lo que Francis pensó: las ventas se dispararon.
La compañía produce ropa tanto para mujeres como para hombres.
Al mismo tiempo, se propuso que sus propias redes sociales fueran interesantes y visualmente agradables. Hoy tiene cerca de 2,4 millones de seguidores en Instagram y 1,5 millones en Facebook.
Sostener un gigante
Pero su estrategia se ha extendido: la marca ha organizado eventos alrededor del mundo, invitando a sus seguidores para que conozcan a sus “estrellas”. Centenares de personas asisten a estas presentaciones.
Otra clave en el proceso de crecimiento de Gymshark ha sido que Francis se ha rodeado de personas experimentadas en el negocio. Por ejemplo, Steve Hewitt, quien había trabajado para otras marcas deportivas, se convirtió en el gerente de la empresa.
Para los analistas del mercado, como la periodista Emily Sutherland, el éxito de Gymshark radica en el uso que ha hecho la marca de las redes sociales.
“Los influencers le dan a los clientes una razón para comprar los productos de Francis por sobre los de otras marcas, porque de alguna manera ellos sienten una conexión personal”, explicó.
Centenares de personas se hacen presentes en los eventos que organiza Gymshark.
Y para Sutherland ahí está la clave: Gymshark solo se puede conseguir en internet.
“Puede reaccionar rápido a los cambios en el mercado y no tiene que llevar el peso de contar con bodegas para el stock”, dijo.
Ahora, el siguiente paso es volverse una marca verdaderamente internacional. Cerca de 40% de sus ventas viene de Estados Unidos y espera llegar con sus productos a 25 países. Por ahora solo están en 11.
“No voy mucho de compras, pero sí estoy pensando en la mejor manera de encontrar un lugar permanente. No creo que necesitemos un espacio muy grande. Solo quiero que sea divertido”, concluyó el emprendedor exitoso.
Fuente: www.bbc.com
Venezuela es un país con graves problemas económicos del que muchos se han marchado ya o planean hacerlo.
Pero hay quienes ven algo más.
Son los reclutadores y empresas extranjeras que buscan los servicios de los muy cualificados técnicos y profesionales venezolanos.
De acuerdo con el pronóstico del Fondo Monetario Internacional (FMI), la hiperinflación, el gran mal de la economía, cerrará 2018 por encima de 1.000.000%.
El bolívar, la moneda local, sufre una constante depreciación y pocos confían en él.
Todos buscan dólares, que a estos trabajadores les permite tener un mayor poder adquisitivo que los que ganan en bolívares, aunque les paguen mucho menos de lo que cobraría alguien de su perfil y formación en los países desde los que se solicitan sus servicios.
El rendimiento de estos profesionales es inversamente proporcional a lo que cuestan.
Trabajan muy bien y, en términos comparativos, cuestan muy poco.
Muchos venezolanos han emigrado en los últimos años en busca de empleo ante
Martín*, por ejemplo, dirige una agencia de publicidad digital que, ante la situación en Venezuela, optó en 2017 por abrir una oficina en Miami y lanzarse al mercado internacional.
Una decisión que le ha granjeado contratos con una mundialmente conocida marca de ropa deportiva y una popular distribuidora de refrescos y aperitivos, entre otras grandes empresas globales.
Desde Miami, vende los diseños y campañas que producen sus empleados en Venezuela y, aunque sus clientes nunca se lo dicen, sospecha cuál es uno de los atractivos de su producto.
“Nosotros cobramos un 300% menos” de lo que cobraría una agencia local, indica.
Como “mano de obra china”
El cerebro que concibe las animaciones y otras imágenes que la empresa de Martín comercializa está muy lejos de Florida, concretamente en Barinas, el estado en el que nació Hugo Chávez, en el suroeste de Venezuela.
Allí se dedica a su “pasión” Abraham, un diseñador gráfico de 32 años que encarna el perfil del profesional venezolano que solicitan los clientes extranjeros: perteneciente a la generación “milennial”, creativo, capaz de marcar tendencias en internet y muy trabajador.
En conversación con BBC Mundo en Caracas, donde a veces tiene reuniones de trabajo, contó: “Le he puesto demasiado amor a esto. Me quedaba muchas veces hasta la madrugada terminando los proyectos y las presentaciones con las que enamorar a los clientes”.
Los trabajadores aceptan un salario menor al que paga la empresa a sus pares en el extranjero a cambio de poder cobrar una parte del sueldo en dólares.
Ese ha sido uno de los secretos de su éxito.
Al trabajar para una empresa que sirve a clientes extranjeros, le pagan parte de su sueldo en dólares, probablemente el bien más codiciado en la Venezuela de la crisis.
Percibe unos US$400 de ingreso bruto mensual, una cifra ridícula si se compara con lo que se paga en Estados Unidos.
“La gente usa el talento venezolano porque es bueno y barato. Es como la mano de obra china”, resume.
“Un diseñador que, como yo, sea responsable de un equipo puede estar ganando en Estados Unidos entre US$7.000 y US$10.000”, explica.
A él eso no le importa, porque un puñado de dólares da mucho de sí en un país en el que los precios son inasequibles para quienes ganan en bolívares, pero muy ventajosos para quienes manejan el billete verde estadounidense.
“Lo que gano no es mucho, pero con eso en Venezuela sobrevivo bien y puedo ayudar a mis padres, que son docentes jubilados y lo que les paga el Estado es una miseria”, cuenta.
Las compañías que aún resisten en Venezuela tienen que disuadir a sus empleados de emigrar o irse a otras empresas.
Es una historia similar a la de Marcos, ingeniero informático de 35 años que trabaja desde Caracas para una consultora multinacional ubicada en Costa Rica.
Se dedica a revisar la calidad de los programas desarrollados a petición de los clientes y confirmar que cumplen con sus exigencias.
Graduado en la Universidad Simón Bolívar, sabe que en Silicon Valley le pagarían mucho más por lo que hace, pero eso no es motivo suficiente para que, como han hecho la mayoría de quienes estudiaron con él, se decida a emigrar.
“En Venezuela con mi sueldo vivo bastante bien y tengo capacidad de ahorro, algo que casi todo el mundo ha perdido aquí”.
El argentino Sebastián Siseles, vicepresidente de Freelancer.com, un portal dedicado a mediar entre quienes buscan servicios profesionales y quienes los ofrecen, asegura que en su empresa cuentan con “muchísimos casos de éxito de venezolanos” cuyos servicios son requeridos por clientes extranjeros.
Sin embargo, él piensa que otros factores pesan también además del ahorro.
“El nivel educativo de Venezuela siempre fue superlativo dentro de la región y la calidad con la que sus jóvenes salen al mercado laboral es de primer nivel”.
El poder adquisitivo de quienes tienen ganan en dólares es mucho mayor al de quienes perciben un salario en la moneda nacional.
Nuevas tecnologías
En lo que más destacan los venezolanos es en el ámbito de las nuevas tecnologías. Informáticos, gestores de redes sociales y diseñadores son quienes, gracias a sus habilidades están sorteando mejor la falta de oportunidades en su país.
Retenerlos se ha convertido en un dolor de cabeza para las empresas que todavía resisten en Venezuela, donde las fuertes restricciones al cambio de divisas, la confusa regulación, la inseguridad, y, sobre todo, el aumento vertiginoso de los costes han creado un ambiente desfavorable a la actividad económica.
La revista Forbes colocó a Venezuela en el puesto 144 de 153 en su clasificación de países en los que resulta más fácil hacer negocios.
El economista Asdrúbal Oliveros, de la firma de análisis Ecoanalítica, ha bautizado como “la canibalización del trabajo” a la creciente competencia entre las empresas locales por conservar a los profesionales cualificados en su nómina.
A los que no se han marchado les ofrecen pagarles todo o parte de su sueldo en dólares, seguro médico, bonos de descuento en establecimientos comerciales y otras ventajas para disuadirles de emigrar o se marcharse a empresas competidoras.
La hiperinflación ha devaluado tanto la divisa venezolana que algunos usan los billetes para hacer manualidades.
En otros países están ávidos de disfrutar de sus habilidades.
Siseles explica que, mientras tengan conectividad, “los venezolanos pueden estar trabajando para empresas o empleadores en cualquier lugar del mundo”.
En su portal, la mayor demanda de servicios se concentra, por este orden, en Estados Unidos, India, Colombia, España y Australia.
Según dice, por un par de días de trabajo, un profesional que trabaje en línea puede embolsarse unos US$200.
“¿Cuánto tiene que trabajar alguien hoy día para ganar US$200 en Venezuela?”, se pregunta.
*Los nombres de los profesionales venezolanos citados en esta nota han sido modificados porque pidieron proteger su identidad por razones de seguridad.
Fuente: www.bbc.com