Con su tupido bigote y andar firme, Juan Valdez, acompañado por su mula Conchita, es la imagen del campesino cafetero de Colombia.
Y aunque en los cafetales del país es posible cruzarse con hombres que bien podrían encarnar a este personaje ficticio, se ve gente muy mayor recogiendo ese fruto y también niños. Ese es uno de los grandes problemas de una industria gigantesca en la que el primer eslabón de la cadena de valor es el más débil.
“Yo la llamo neocolonial”, dice Fernando Morales de la Cruz, de Café for Change, una de muchas empresas de café con orientación social. Según él, se debe a la concentración de la riqueza enorme en grandes empresas multinacionales y el bajo porcentaje de esos ingresos que llegan a los países productores, donde es común que los campesinos vivan en condiciones de pobreza y exista trabajo infantil.
“De lo que vale una taza de café en Nueva York, US$3,5, un productor recibe US$0,05”, explica Roberto Vélez, gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia.
El propio gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC), Roberto Vélez, dio cuenta este lunes, al cierre del 84 Congreso Cafetero de Colombia, de los pobres ingresos de los trabajadores del campo dedicados a este cultivo, respecto a la economía global del café, que cifró en US$200.000 millones anuales, de los que: “Los productores del mundo solo tienen acceso a menos de un 10%”.
En Colombia, por ejemplo, dijo que la producción anual de cerca de 14 millones de sacos (de 60 kilos cada uno) genera US$2.289 millones de dólares. Si todo ese dinero fuera ganancia de los productores -no es así, porque hay costos de producción y de distribución que pagar, entre otros- las 750.000 personas que trabajan en forma directa en el cultivo estarían recibiendo un salario mínimo legal, que ronda los US$240.
Es una situación que se repite en el mundo del café, del que viven alrededor de 25 millones de hogares (125 millones de personas) en países de África, Asia y América Latina, según la Organización Internacional del Café (OIC),
Vélez le dijo a BBC Mundo que efectivamente en Colombia tienen un problema con la edad de los caficultores, que en promedio tienen 53 años, pero que en el caso del trabajo infantil, realmente no es que haya niños esclavos, sino que es una práctica tradicional del campesinado del país (EE.UU. señala a la producción cafetera colombiana por el uso de niños).
Los productores reciben alrededor del 10% de lo que genera el mercado mundial de café.
En cualquier caso el gerente general de la FNC ve que la concentración de los grandes compradores de café en cuatro o cinco grandes empresas trasnacionales que suman el 75% de la demanda afecta a los productores.
“De lo que vale una taza de café en Nueva York, US$3,5, un productor recibe US$0,05”, dijo. “La cadena de valor tiene un desbalance”.
“Cada vez más desventajoso”
En estos días, en Medellín, se lleva a cabo el primer Foro Mundial de Productores de Café, una iniciativa de la FNC donde buscan alternativas a la sostenibilidad económica de los productores.
Lo tiene claro el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, cuyo primer trabajo fue como representante de Colombia ante la OIC y nunca se alejó del mundo del café.
El presidente de Colombia Juan Manuel Santos cree que deben compensarse las asimetrías en el mercado del café.
“Estaremos de acuerdo en que nada de lo que se proponga tiene sentido si la caficultura no es una actividad rentable para todos los actores de la cadena, incluyendo, por supuesto, a los productores”, dijo al abrir el Foro Mundial.
Él mismo describió el impacto que supone la concentración del mercado cafetero en pocas manos (especialmente entre los compradores, tostadores y distribuidores): “En muchos casos, el acceso de los caficultores al mercado, especialmente de los pequeños, es cada vez más desventajoso y deben negociar en condiciones muy desiguales, lo que debería motivar una discusión serena y realista de cómo compensar estas asimetrías”.
José Sette, director ejecutivo de la OIC le dijo a BBC Mundo sobre la situación de los campesinos: “No creo que haya un consenso generalizado, pero hay conciencia de este problema (en la industria)”.
Cree que es un primer paso para el cual luego hace falta encontrar soluciones innovadoras y creativas a una situación que, de no resolverse, podría impactar en la producción.
No obstante no considera que se deba hablar de una industria “neocolonial”. Aunque acepta que tienen un problema, dice: “No ayuda ver esto de forma confrontacional”.
10 centavos de dólar
Fernando Morales de la Cruz dice tener una solución para el problema. Propone que se cobre US$0,10 extra por taza de café.
Esos centavos se transforman en unos US$12 por kilo de café, que pueden proveer seguro agrícola, seguridad social, pensiones, educación, agua potable, infraestructura básica.
“Con US$0,10”, asegura, “todos los niños de todas las comunidades rurales de todas las comunidades que producen café van a tener garantizado que no solo va a haber escuelas, sino que también va a haber maestros, agua potable, infraestructura básica, y que sus padres van a tener un salario de costo de vida”.
¿Es esto factible?
A Vélez le parece una opción viable, que incluso mencionó el economista estadounidense Jeffrey Sachs durante su exposición en el Foro Mundial (aunque habló de US$0,05 en vez de diez centavos). “A mí no me choca que el consumidor sepa que necesita pagar un poco más”, dijo el gerente general de la FNC a BBC Mundo.
“Pero”, aclaró, “habría que tener la institucionalidad capaz de hacer la recolección y la distribución”. Morales de la Cruz cree que encontró la respuesta a través de una plataforma digital que está montando, que mostrará en forma transparente el dinero que ingresa y el que sale.
Fernando Morales de la Cruz cree que con cobrar US$0,10 por taza de café pueden resolverse los problemas de los productores.
Sin embargo, hay quienes creen que no podría trasladarse a todos los mercados ese costo. En Europa hay margen para un incremento del precio final, pero seguramente no en China. Y tal como piensa Morales de la Cruz, muchos consideran que realmente todo el mundo del café debería sumarse, al menos todos los grandes jugadores del sector.
Vélez cree que hay otra opción para garantizar un ingreso digno a los campesinos: que los grandes compradores se comprometan a no pagar nunca por debajo del costo de producción.
“No es fácil, pero no lo veo inalcanzable, porque no estamos hablando de grandes precios”, le dijo a BBC Mundo.
Aunque sería fácil aceptar un extra de US$0,10 por taza de café para los consumidores europeos, no sería necesariamente igual, por ejemplo, para los de China.
¿Y por qué no se ponen de acuerdo los cuatro países que concentran el 70% de la producción mundial (Brasil, Vietnam, Colombia e Indonesia) y fijan un precio?
Sería inviable, porque la Organización Mundial del Comercio lo vería como cartelización, de acuerdo con Vélez.
Entonces, ¿es mejor cobrar a los consumidores o un precio garantizado por parte de los grandes compradores?
Vélez no está seguro cuál es la alternativa. Incluso cree que puede ser otra, pero asegura que alguna solución debe aparecer pronto: “Si no, corremos el riesgo de que la cadena se reviente por el eslabón más débil (el productor)”.